viernes, julio 28, 2006

Himno: "Mi Peru" Letra de Manuel Raygada

MI PERU

(Vals)

Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz,
de haber nacido en esta hermosa tierra del sol,
donde el indómito inca prefiriendo morir,
legó a mi raza la gran herencia de su valor

CORO
Ricas montañas, hermosas tierras, risueñas playas, ¡¡ es mi Perú !!!,
fértiles tierras, cumbres nevadas,
ríos quebradas, ¡¡¡ es mi Perú !!!


Así es mi raza noble y humilde por tradición,
se ve rebelde cuando coactan su libertad,
entonces uniendo alma, mente y corazón,
rompe cadenas aunque la muerte vea llegar


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domingo, julio 23, 2006

El Rostro Actual de Clio by Manuel...creo

EL ROSTRO ACTUAL DE CLÍO


LA HISTORIOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA:

DESARROLLO, CUESRTIONES Y PERSPECTIVAS[1]

LILIANA REGALADO DE HURTADO

ESTUDIO: PROPUESTAS Y COMENTARIO

El presente trabajo tiene el afán de señalar y comentar críticamente algunas de las propuestas y temáticas que la autora refiere en su obra. Por ende, dicho trabajo tiene un carácter selectivo. Por tener esta cualidad lo que viene adelante es arbitrario, pero no por ello deja de tener rigurosidad esta tarea en cuanto la relevancia de lo señalado.

En la introducción, la autora manifiesta que las ciencias tienen la virtud de no caer en desfase, sino que están en constante renovación. Es a partir de ello que el recorrido en historiografía por más de un siglo que hace ella se entiende de esta perspectiva. Así, el positivismo decimonónico, la nueva historia en términos amplios, hasta el manifiesto historiográfico pueden situarse en este sentido.

En el primer capítulo, la revolución historiográfica y sus antecedentes, nuestra autora desarrolla tres acápites: Las bases de la historiografía moderna; El desarrollo de la historiografía después de la segunda guerra mundial: la influencia de las ideologías y los contextos sociales y políticos; y por último, historiografía tradicional versus nueva historia: escuelas, metodología y temática.

En el primer acápite, trata sobre el positivismo decimonónico. Él fue, como el título lo indica, el sostén de la historiografía moderna. Alimentó a las posteriores corrientes con: el carácter de paradigma científico, dotó de la idea del progreso de la Ilustración francesa.

Decimos que tuvo carácter de paradigma porque alrededor de él se unificó una metodología para el trato de las fuentes, y para la relación entre el investigador y su objeto. En sí, tras de él subyació todo una filosofía. La idea del progreso, desde Turgot y Condorcet; permitió ver la odisea humana como un camino unidireccional hacia la razón y por ende progreso material y espiritual continuo. Esta idea, como todo el pensamiento ilustrado, se nutrió de empirismo en cuanto se preocupó más por las cuestiones del conocimiento que de la metafísica. Además, la Ilustración tuvo como base al racionalismo idealista y en última instancia el cartesianismo. [2]

Esta tendencia surge cuando se estaban suscitando cambios sociales, políticos. Hubo confluencias de movimientos sociales, sindicales, políticos. Se produjo la independencia de las colonias americanas de sus metrópolis europeas.

En los ámbitos institucionales, se desarrollan las bibliotecas y los archivos.

Los historiadores positivistas entre los que destacan en Alemania Ranke y en Francia Langlois y Seignobos recibieron la influencia de sociólogos tales como August Comte y Emilio Durkeim. El primero tenía una concepción de la historia del mundo como un sendero por tres fases en lo que respecta al tipo de conocimiento que los hombres tenían. Así, habla de una primera forma de conocimiento que sería la teológica. Una segunda que es la metafísica y por último, un conocimiento refinado que sería el más evolucionado: el positivo que connota la racionalidad científica plenamente lograda.

La filosofía positivista o en todo caso sus presupuestos se depositaron en: la historia fue entendida como el conjunto de los hechos humanos ocurridos en el pasado siendo una realidad objetiva, inalterable e independiente. La escritura histórica es un relato que deberá expresar dicha realidad desde una descripción absolutamente verídica del pasado. El método consistirá en el mayor alejamiento posible entre el sujeto cognoscente y el objeto de estudio. Finalmente, el trabajo del historiador consiste en concentrarse en el acopio y la ordenación de hechos a partir del análisis crítico y objetivo de las fuentes documentales. Una vez logrado esto, recién sería posible la actividad de interpretación por parte del historiador.

Como se ve, el positivismo en la historia reúne los esfuerzos de otras disciplinas (la sociología por ejemplo) y los desarrolla. Por otra parte, el positivismo al desarrollarse en el siglo XIX convivió con una sociedad europea industrial, donde predominaban las grandes fábricas, los trabajos en serie, que como resultado de su proceso obtenían productos. Los fabricadores y sus objetos fabricados eran diferentes. En los segundos no había ni “residuos” de quién podría ser su elaborador. Había un producto objetivo. Esta percepción fue parte del paradigma positivista. La historia (historiografía) como producto. [3]

En el segundo acápite, Liliana Regalado nos presenta posturas de interpretación sobre el mundo después de la segunda guerra mundial. También refiere a las propuestas de corrientes historiográficas tales como los Annales de la segunda generación y una vertiente del marxismo.

Menciona a Ernst Nolte, quien considera la historiografía de la segunda mitad del siglo XX como respuesta a lo que iba aconteciendo en el mundo: potencias que aspiran a ejercer influencia sobre otros, la amenaza de guerra, entre otros. Ricardo Forster, opina que se vive una crisis de la modernidad desde su racionalidad.

Pienso, que ambas interpretaciones son adecuadas en el sentido de que polarizado el mundo en dos fuerzas ideológicas, políticas, sociales, económicas, etc., los escritores, y por ende los historiadores en sus trabajos, pensando el pasado para la construcción de un futuro mejor, han tomado posturas en cuanto a uno y otro. A esto, recuerdo una experiencia, nada agradable para el implicado, aunque de menor grado si es que se la compara con otras, como persecuciones. Me refiero a Pablo Neruda, él dice en una de sus obras [4] que no se le permitía ser padrino de un niño por ser él comunista.

La segunda generación de Annales, encabezada por Fernán Braudel empleó el término estructura. En Braudel, sería estructuras, ya que hacía mención a estructuras económicas, sociales, geográficas, etc. En este punto defería de un marxismo que manifestaba, y lo sigue haciendo, de infraestructura económica, estructura social y estructura política, y superestructura ideológica. Otro punto de desencuentro fue la crítica marxista de que Braudel había retornado a la historia tradicional en cuanto al tiempo puesto que él atribuía como causas de hechos históricos no sólo a las estructuras, sino también a los acontecimientos.

En el tercer acápite, ella nos presenta dos interpretaciones en torno a las diferencias entre historia tradicional y nueva historia, así como el contenido que se le da a cada una de ellas, desde dos historiadores: Peter Burke y Lawrence Stone.

Burke señala que la nueva historia está asociada con la escuela francesa de los Annales, y con una reacción más amplia, entendida como proveniente de otros países donde se incluye afines o diferentes temas, métodos, técnicas, etc., con respecto a los Annales. Ambas nuevas historias tienen en común el rompimiento con el paradigma tradicional positivista al estilo de Ranke.

Algunas de las diferencias son: amplia variedad temática, el uso de indistintas fuentes, pluralismo de métodos, etc.

Burke excluye el marxismo de la nueva historia. Tal vez se deba a la rigidez teórica que manifestaba y por ende no estar abierta a cambios en su interpretación de las sociedades.

Por otra parte, Stone alude al surgimiento, desde los años cincuenta, de tres tipos de historiografías científicas: el modelo económico marxista; el modelo ecológico demográfico francés; y la metodología cliométrica americana. [5] Ellas formaron parte de una reacción contra la narrativa, la biografía, la historia política,…, es decir contra la llamada historia tradicional. Sin embargo, las dos primeras caerían en un determinismo simple, mientras que la última tenía una metodología tan abstrusa que pocos historiadores que no estaban en su círculo la entendían.

El segundo capítulo, se desenvuelve en cuatro partes: De las cuales tocaremos dos. La transformación de los paradigmas científicos y sus efectos en la historiografía a partir de 1970; los cambios y las características de la historiografía actual

En esta primera parte se trata sobre la denominada crisis de la modernidad y el advenimiento de una nueva era: la posmoderna. También se refiere a la apertura de otros métodos para obtener conocimiento; el pensamiento complejo; las influencias de la segunda generación de la escuela de Frankfurt; y la distinción de dos concepciones de la historia entre los historiadores.

Para tocar el tema de modernidad y posmodernidad, Liliana Regalado nos dice que Miguel Giusti en Alas y Raíces. Ensayos sobre ética y modernidad, encuentra una doble crisis de la modernidad, en el plano teórico y práctico que finalmente están interrelacionados. Sobre el primero, dice que la racionalidad moderna (la lógica de la rentabilidad) es contraproducente. Además, manifiesta que los instrumentos conceptuales modernos son incapaces para dar cuenta de la compleja realidad. Sobre el segundo, expresa que el etnocentrismo cultural y la destrucción del equilibrio ecológico se dan mediante un modelo de crecimiento económico de la racionalidad moderna.

Sobre la racionalidad moderna y sus implicancias en la destrucción del ecosistema quisiera hacer un comentario. Pienso que podríamos hacer una distinción entre la racionalidad del Estado y la racionalidad del empresario, aunque muchas veces ambos confluyen. La lógica del empresario es emprender y para ello necesita hacer todo lo necesario para lograrlo. Con ello no trato de justificar sus acciones, sólo poner hincapié en que la lógica del Estado es la de proteger los intereses de todos los que conforman la nación, y por ende preocuparse del medio ambiente. Si antes no lo ha hecho lo podemos atribuir a falta de conocimiento sobre las posibles consecuencias nefastas. Además, cada vez hay más empresarios que consideran que tienen un compromiso social y por ende ambiental. Pienso que es posible no abandonar la idea de la racionalidad en esta perspectiva.

María G. Núñez Pérez en Historia, ciencia y complejidad en los finales del siglo XX, nos dice que para la ciencia que se tiende a llamar posmoderna el conocimiento depende de su imprevisibilidad (no existe un método único para llegar a él. En gran parte, esto se debe a las críticas de Khun, Paul y otros hacia el método lógico, el método hipotético deductivo, como el único de carácter válido, lo que abrió el camino a nuevas posibilidades), y la ciencia y el conocimiento se legitiman por consensos temporales y locales dentro de sistemas abiertos que dan lugar a nuevas ideas, nuevos enunciados y reglas de juego.

Liliana Regalado caracteriza a la ciencia contemporánea por su apertura a la permanente transformación, la conciencia del cambio y la aceptación más franca de la innovación entre los científicos. Esa es su gran virtud nos dice, pero a la vez su peligro. Las ciencias requieren estabilidad y los consensos respecto de métodos, teorías y conocimientos que no deberían ser temporales, puesto que una cosa es la apertura a lo nuevo y otra teñir de eventualidad el quehacer científico.

Además, reflexiona que uno de los logros más favorables para la historiografía y las disciplinas humanas, a consecuencia de las transformaciones mencionadas, es que se acepte que su rigor y los conocimientos alcanzados por ellas no son concesiones epistemológicas que las convierten en saberes de segundo orden debido a los niveles de subjetividad y arbitrariedad que poseen.

Considero que a la luz de que en la ciencia moderna no existe objeto sin conciencia y que la tarea de la ciencia no es averiguar verdades absolutas, sino relativas[6], la historia y las demás ciencias humanas han recuperado su estatuto de ciencia. Pero, ¿acaso es tan importante ser considerado(a) como tal? Pienso que en la medida de no pensar a las ciencias sociales como meros ejercicios prácticos y pragmáticos, sino por el contrario que necesitan constante reflexión teórica, epistemológica, metodológica. Sí.

El pensamiento complejo, nos dice Regalado, aspira a lo multidimensional reconociendo los lazos entre las entidades. Aquel distingue e incluye, pero también conlleva un principio de incertidumbre. Busca un saber no parcelado, no reduccionista y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento.

Otras aportaciones provienen de Jurgen Habermas y Kart Otto Apel, de la segunda generación de Frankfurt, destacaron el establecimiento de una buena comunicación entre las ciencias y las hermenéuticas históricas.

Ya para finales del siglo XX se distinguen nítidamente dos concepciones de la historia, surgidas de la relación del historiador con su objeto de estudio. Una llamada nominalista, donde el hecho se construye, como cualquier hecho científico, desde los intereses del presente del historiador. Éste es un discurso más que no tiene el privilegio de ser portador de la verdad. La otra percepción es la conocida como realista, donde el pasado es una realidad que el historiador debe restaurar y construir como un saber positivo.

En la segunda parte, los cambios y las características de la historiografía actual, la autora señala los cambios de los terceros Annales. Así, la historia es entendida como una construcción cultural. La influencia de Foucault se hizo notar con la caída de la distinción entre lo central y periférico, que unos creyeron negativo, pero que conllevó a la apertura de una variedad de temas y documentos, inclusive los visuales.

En las primeras décadas del siglo pasado se había privilegiado al contexto histórico desde las ideas de un gran pensador, sin embargo en estos últimos años se ha valorado el contexto social que no es otra cosa que el clima de opinión de la época.

Por otro lado, una de las diferencias entre la postura historicista y la posmoderna es la de que la primera captaba una “verdad única”, mientras que la segunda muchas verdades relativas. El problema de ésta es la de caer en múltiples e infinitas verdades, olvidando que si bien hay concepciones, éstas no son indeterminadas para el análisis.



[1] Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima. Primera edición agosto del 2002

[2] Julián Marías. Historia de la filosofía. Revista de Occidente S.A. Madrid, 1962. Decimoquinta edición (primera edición, 1941).

[3] Alfonso Mendiola y Guillermo Zermeño. De la historia a la historiografía. Las transformaciones de una semántica. Historia y Grafía, UIA, número 4, 1995.

[4] Pablo Neruda. Confieso que he vivido. Ediciones PEISA para El Comercio. Lima, 2002.

[5] Refiere a ellas para ver los motivos por los que se estaría resurgiendo la narrativa, pues el desencanto de ellas sería una de las causas para dicho retorno. Lawrence Stone. El resurgimiento de la narrativa. Reflexiones acerca de una nueva y vieja historia. En El Pasado y Presente. Fondo de Cultura Económica. México. Primera edición en español, 1986 (primera edición en inglés, 1981)

[6] En Carlos Barros. Hacia un nuevo paradigma historiográfico. En Wilfredo Kapsoli Escudero (compilador). Historia e historiadores. Editorial universitaria de la universidad Ricardo Palma. Lima, septiembre del 2001. Y éste ( versión escrita), de las conferencias dictadas, con el mismo título, el día 23 de abril de 1998 en la facultad de ciencias sociales de la universidad autónoma de Chiapas (San Cristóbal de las Casas), y el 24 de junio de 1998 en la facultad de humanidades y artes de la universidad de Rosario (Argentina).

Panacas y Ayllus


Introducción

En el presente trabajo abordaremos un punto muy importante en lo que refiere al estado inca así como a las relaciones que sustentaron esta formación estatal; como se sabe el estado imperial inca a la llegada de los hispanos ya había alcanzado una dilatada extensión fruto de las conquistas de los mas recientes soberanos hanan Cuzco, esto necesitaba obligatoriamente de una gran organización en cuanto a la conformación de una elite con vocación conquistadora y con capacidad de gobernar y administrar estas conquistas, pero debemos entender que para que este grupo social haya logrado dominar una gran extensión territorial y a una población demográficamente enorme debió tener por fuerza ciertas características que podríamos calificar como una sólida organización operativa; del mismo modo también por las características propias y peculiares del mundo andino también debió desarrollar una dinámica similar estrechando lazos de parentesco antiguos o estableciendo nuevas con las naciones recién conquistadas. así pues se fue configurando un grupo social privilegiado o elite dirigente que a medida que crecía y se fortalecía se iba haciendo cada vez mas intransigente e impermeable, así pues en las etapas finales de su desarrollo podemos identificar un grupo social solidamente ubicado a la cabeza de toda la organización estatal que utilizaba todo el aparato estatal e ideológico para legitimarse y mantenerse en la posición alcanzada, a este grupo social se le denomina Panaca, que es una voz quechua con una connotación femenina, lo cual implicaría una filiación matrilineal.

Lo antes dicho es en parte una justificación para el análisis de un grupo social privilegiado en el análisis que haremos de las relaciones sociales establecidas entre la elite gobernantes y los grupos no privilegiados, es decir los Runas en general.

así pues para este objetivo es necesario realizar un análisis histórico de este grupo porque como es sabido a la llegada de los castellanos este grupo ya se encontraba encumbrado y nuestro interés es por conocer los mecanismo que utilizaron para llegar a tal estatus así como por las relaciones que establecieron para perpetuarse en dicho nivel; para este análisis es importante o fundamental estudiar la figura histórica del llamado mas grande estadista de la América indígena, es decir nos estamos refiriendo al noveno Inca Pachacutec Inca Yupanqui ya que este personaje es el que realiza una labor extraordinaria en el gobierno y la ordenación del naciente estado imperial, y en este punto es fundamental su aporte pues al fundar el naciente imperio reordeno las estructuras de poder que regían en el antiguo Cusco, como antes de su gobierno el cusco era poco mas que un curacazgo, y ante las necesidades de lideres que pudieran ayudarle a la administración estatal pues era de vital importancia reformar todo el juego de poder en el cusco, es así que se le puede considerar el creador del sistema de panacas por cuanto las reorganizo de tal modo que le imprimió las características que luego desarrollaron y que fueron vitales para el mantenimiento del estado imperial. Es así que estos grupos familiares llegaron a detentar el poder y mediante mecanismos como el correinado o el incesto real buscaron perpetuarse en el poder y hacer cada vez más imposible el ingreso de individuos o linajes ajenos a su círculo.

Por otro lado tenemos la reacción de los sectores no privilegiados a estas estructuras y a sus acciones, esto podría explicarse mejor si le quitamos el sentido confrontativo y entendemos a esta reacción como la forma en que estos grupos trataron de adecuarse al nuevo escenario así como los mecanismos que usaron para poder acceder a estos círculos restringidos de poder y gobierno estatal

PRIMERA PARTE

ELITES: PANACAS

I.-Definición

Es una voz quechua que servia para designar a los linajes de gente noble, es decir a las familias extensas unidas por vínculos de filiación patrilineal, aunque Zuidema (1964) afirma que son linajes de filiación matrilineal exogama, esto talvez porque la palabra panaca se origina del termino quechua pana que significa hermana en el habla del varón por lo cual tiene una clara connotación femenina.

II.- Antecedentes.-

Cuando tratamos de comprender mejor la figura de las panaca en el contexto de la estratificación social inca y de la elite debemos conocer mejor sus características en el periodo pre-imperial, en la etapa en que los incas no eran mas que una de las tantas tribus que vagabundeaban y permanentemente luchaban por mantener su presencia en el Cusco o Acamada.

Etnia Inca.-

Según Rostworowski[1] en los inicios del desenvolvimiento inca en el ámbito andino no existía la superioridad de un grupo en particular con las características de una casta, lo que existía era una superioridad tribal es posible que durante este periodo se produjera una pugna entre los diferentes linajes incas por el poder, talvez los vencedores de esta pugna monopolizaron el poder y esto se reflejaría en los mitos de fundación, a su vez estos vencedores acapararon y monopolizaron el poder preparando el camino para la conformación de una casta que pudiera capturar el poder imperial y dirigir los destino de la etnia Inca.

Como lo dejan entrever los relatos y mitos acerca del origen de la etnia Inca, en los inicios, los incas eran guiados por un sinchi o jefe guerrero, lo cual indica que el jefe o líder de la etnia tendría que destacar por sus dotes militares y de estratega, esto ante la constante amenaza de las etnias vecinas, por lo cual se vivía en una constante zozobra y lucha por permanecer en el valle del Cuzco, lo cual en cierto sentido impedía o aletargaba las pugnas entre los distintos linajes que luego darían lugar a las panacas reales, esto porque un peligro mayor les amenazaba; porque de haber existido una pugna semejante a las mostradas durante el periodo imperial es seguro que habrían terminado por se arrojados del valle o exterminados allí mismo.

III.- Origen

Las reformas de Pachacutec

Como se conoce muy bien pachacutec o Cusy Yupanqui accedio al poder luego de la derrota que le infringió a la etnia Chanca que se encontraba en pleno procesos expansivo; y también luego de derrotar definitivamente a su medio hermano Inca Urco que había sido designado heredero por Inca Viracocha y que en cierto sentido ya ejercía el poder total, pero que ante el ataque Chanca huyeron vergonzosamente dejando al Cusco abandonado y acéfalo. Talvez fue esta la razón por la cual Cusi Yupanqui una vez confirmado como nuevo Inca tomara la radical decisión de reformar todo el sistema de poder en el Cusco que le harían digno de su nombre como Inca: Pachacutec “El transformador del mundo”.

Una de sus primeras medidas fue la organización de la elite cuzqueña en una institución fuerte y con gran poder y prerrogativas, así pues es con este Inca que estos grupos asumieron características de casta Imperial, la misma que fue evolucionando con los sucesivos monarcas. Estas panacas fueron creadas u organizadas por pachacutec con la finalidad de que sirvieran como soporte en el gobernó al Inca, que le sirvieran como elementos ejecutores de su políticas, así mismo al dárseles a este grupo poder y prerrogativas se busco robustecer a un grupo que se entendía como dirigente y coadyuvadora de los esfuerzos del inca en la restauración de la dignidad imperial, así pues cuando pachacutec los organizo los creo como instrumentos dóciles a la voluntad del monarcas y como abastecedores de “tecnócratas” para la administración estatal, pero con el correr del tiempo y por la propia naturaleza de las relaciones de parentesco y de poder en los andes estas entidades empezaron a adquirir cada vez mas independencia al punto que escaparon al control del inca.

IV.- conformación

Las panacas al ser creadas o reformadas por Pachacutec se agruparon siguiendo la costumbre andina, en torno a los bandos tradicionales y rituales, es decir en Hurin y Hanan.

Para poder comprender mejor esta agrupación en torno a loas dos bandos debemos entender que las panacas reales cuzqueñas se originaban o conformaban con todos los hijos del soberano reinante menos el sucesor, mas las esposas del inca; con lo cual debieron existir panacas Hurin (por cuanto existieron soberanos del bando Hurin), y panacas hanan por existir soberanos Hanan.

PANACAS REALES

Como ya se dijo las panacas reales son aquellas que los cronistas identifican como las conformadas por los descendientes de algún inca del Cápac Cuna, en general eran estas panacas las que tenían el poder en el gobierno del Cuzco, en especial las panacas de los últimos gobernantes por ser estos los que gozaban de mayor prestigio en razón de las grandes conquistas realizadas.

Las panacas del Cápac Cuna son las siguientes:

Hurin Cuzco

  • China panaca Ayllu de la descendencia de Manco Cápac.
  • Rao rao o raura panaca Ayllu de la descendencia de Sinchi roca.
  • Auayni de la descendencia de Lloque Yupanqui.
  • Usca mayta panaca Ayllu de la descendencia de Mayta Cápac.
  • Apo Mayta de la descendencia de Cápac Yupanqui

Hanan Cuzco

  • Uicaquirao o de la descendencia de Inca Roca.
  • Aucaylli de la descendencia de Yahuar Huacac.
  • Zoclo de la descendencia de Viracocha Inca
  • Atún Ayllu lo que quiere decir “Gran Linaje” de la descendencia de Pachacutec.
  • Cápac Ayllu de Tupac Yupanqui.
  • Tumibamba Ayllu de la descendencia de Huayna Cápac

V.- dinámica, Funciones y Privilegios

  • Organización:

Dentro del sistema sociopolítico creado y diseñado por Pachacutec destacan nítidamente la figura de las panacas, que como ya mencionamos se forman por la agrupación de los deudos y todos los hijos del soberano, menos el que le sucedía en el poder; que de esta manera quedaba desheredado, lo cual es una forma curiosa de acceder al poder supremo, pues bien estas panacas se agrupaban en los bandos rituales de Hurin y Hanan y en las fiestas realizaban batallas rituales lo cual indica que dichas panas se regían por los sistemas de parentesco ritual muy extendidos en los andes.

  • Residencia y privilegios

Las panacas fueron la clase mas elevada en el sistema sociopolítico del imperio del Tahuantinsuyo por esta razón acapararon los beneficios producidos por la expansión imperial cuzqueña.

Uno de los factores que le permitieron esta situación fue que pachacutec al momento de organizar a las panacas las doto de gran cantidad de tierras y privilegios con la intención de que fueran una clase sin otra ocupación mas que la de gobernar y dirigir los destinos del imperio, pero no contó con la costumbre o creencia que las panacas expresaban la voluntad del inca del cual descendían y del cual cuidaban la momia, como si este se encontrara aun con vida, lo cual como es lógico les daba un poder para acaparar cada vez mayores beneficios.

El Cuzco era una ciudad sagrada y por lo tanto era un privilegio acceder a ella y mas aun habitarla, así pues a ella solo podían acceder el Inca y sus descendientes, las panacas y los señores regionales que mas que habitantes eran rehenes del Inca, claro esta la servidumbre de esta clase privilegiada; pero aun sobre estos privilegios las panacas se arrogaban mas, pues ellas tenían preeminencia pues habitaban mas cerca al centro ritual; pero este no era el único privilegio de que disfrutaban; otro de dichos beneficios era el acceso monopólico y casi total al aparato estatal y principalmente a los puestos mas encumbrados del poder; disponían de una gran cantidad de servidumbre de los yanas en las postrimerías del imperio.

  • Educación

El acceso al conocimiento es una fuente de gran poder y mas aun en sociedades en que este conocimiento es determinante para la producción agrícola y en el gobierno, por esta razón es que consideramos que la educación dispensada a los miembros de las panacas es un gran beneficio por cuanto los preparaba para el gobierno y para poder hacer uso efectivo y eficiente del poder que podían acumular.

Pero la educación en este caso no se reservaba solamente para los miembros de las panacas, también se les dispensaba a los hijos de los señores regionales que se encontraban en el Cuzco, pero se debe resaltar que tenían una educación diferente y aculturizadora por cuanto se les enseñaba a servir obedecer y admirar a los señores Incas, así pues se puede notar una diferencia en la educación siendo los que detentaban el poder los que determinaban quien recibía educación y que tipo de educación recibían.

SEGUNDA PARTE

PUEBLOS: AYLLUS

En el mundo andino anterior a la llegada de los castellanos se definía al poblador común como Hatún Runa que seria mas o menos como decir el hombre mayor, pero contrario a lo que podamos creer este titulo solo se alcanzaba cuando un hombre adquiría responsabilidades sociales, es decir cuando formaba familia, porque en el mundo andino se consideraba a la familia como unidad mínima, siendo que un hombre soltero no era considerado ni en los censos ni en las reparticiones de tierra. Así al formar familia pasaba a ser miembro pleno de la comunidad a la que se le denominaba Ayllu.

I. Definición

El ayllu es una familia extensa, en la que los miembros aglutinados en familias nucleares-simples y en familias nucleares-compuestas, estaban y están vinculados por el parentesco real y no meramente ficticio. Regia la prohibición del incesto o endogamia entre los sujetos de la misma familia nuclear, mas no entre los miembros del ayllu o familia extensa; ósea que las uniones sexuales debían llevarse acabo entre varones y mujeres pertenecientes a un mismo ayllu.

II. Naturaleza y características

Cada ayllu, integrado por varias familias nucleares, se consideraba descendiente de una sola pareja de antepasados remotos. De allí, que por lo común, guardaban en algún lugar sacralizado (cuevas/ huacas) a la momia de ese primer progenitor y fundador del grupo al que llamaban mallqui, rindiéndole culto, haciendo lo mismo con los antepasados mas cercanos.

La conglutinación de las unidades domesticas, denominadas más específicamente, familias nucleares-simples y familias nucleares-compuestas para formar comunidades o ayllus o comunidades fue necesaria en la población andina, como única forma de contrarrestar la falta de herramientas y maquinarias que hubieran podido sustituir la energía humana.

El ayllu por tanto conformaba el elemento sobre el cual se edifico la base de la sociedad andina. Y como los señoríos y reinos estaban integrados por varios ayllus, entre estos existían relaciones que evidentemente no eran iguales o simétricas. Había rangos, de manera que la mayoría pertenecía subordinada o dependiente a otro que se le consideraba el ayllu líder y como cada ayllu tenia su jefe o curaca (camachic) el primus internares del ayllu reconocido como dominante ejercía la jefatura de todo el reino y/o señorío.

Esto pues no pone en la pista de cual era la conformación social básica de la sociedad andina, donde lo colectivo se imponía sobre lo individual en función de las necesidades del ayllu, así pues podemos entender que la formación de los ayllus es un camino lógico a esta creencia, siendo que la familia o los vínculos familiares son fortísimos fueron utilizados para nuclear a la sociedad.

Estos ayllus eran no solo la base social del imperio, sino que también formaban la base productiva, administrativa y militar por cuanto era el ayllu el responsable de los tributos en fuerza de trabajo, se contaban por ayllus a las naciones y como ayllus formaban en los ejércitos imperiales; así pues en lo referido a la producción se hace evidente por la existencia de ayllus dedicados exclusivamente a una función productiva siendo mantenidos por la producción de las otras, en general los ayllus se dedicaban a la agricultura, pero existían ayllus alfareros, ayllus tejedores, etc.; esto en esencia o en pequeño fue practicado en los propios ayllus que separaban algunos miembros para una tarea especifica, pero con la conformación y establecimiento de un poder imperial y las necesidades propias de tal naturaleza se hizo necesario dedicar cada vez mas unidades productivas para una labor especifica se hizo necesaria entonces una mayor especialización en algunos ayllus.

  • Tierras

Los ayllus eran poseedores de un espacio geográfico para su uso, en general o teóricamente toda la tierra pertenecía al Inca quien en su magnanimidad les cedía un espacio al ayllu para la producción de sus alimentos, el pastoreo de sus ganados, o el establecimiento de sus comunidades, exigiendo por esto el trabajo de las tierras que para el se reservaba que eran las tierras circundantes mas fértiles

  • Educación

La educación de estos ayllus era principalmente natural, es decir aprendían por imitación y repetición y esto era suficiente por cuanto para las necesidades del ayllu y los intereses de la elite no era necesaria una instrucción mas profunda, pues las actividades a las que estaban destinados los miembros del ayllu eran principalmente productivas, de allí que aprendieran las técnicas de agricultura, alfarería o textilería como parte de una tradición de padres a hijos; solo algunos de ellos y principalmente los hijos del curaca eran desarraigados y transportados al Cuzco para ser aculturados y servirá al imperio como eficaces ejecutores de sus políticas.

Conclusiones

Después de un análisis acerca de las estructuras organizativas de las elites y los sectores populares en el imperio de los Incas podemos observar que pese a su distinta ubicación en la pirámide de estratificación social comparten muchas características, debido quizás a su común origen, así pues ambos (tanto Ayllu como Panaca) se originan en la asociación por vínculos familiares, siendo pues el vinculo familiar uno de los lazos mas importantes en el mundo andino.

La diferencia de ubicación en la pirámide social se explica por el papel que estos ayllus reales o panacas desarrollaron en la conquista del Cusco primitivo, así como la creación del imperio, y claro esta el componente ideológico al ser estos descendientes del padre fundador de la nación; todo esto nos lleva a pensar que en general las relaciones entre las panacas y el resto de los ayllus búsquenos en general eran fluidas y con cierta condescendencia por cuanto se consideraban parte de una misma familia extendida o lo que en nuestros tiempos consideraríamos una misma nación; no siendo lo mismo con el resto de los ayllus recién conquistados al abrigo de la expansión frenética del imperio, con estos ayllus la relación era por necesidad distinta por cuanto eran ajenos a los vínculos familiares, así pues con estos ayllus la relación era mas claramente de explotación y sumisión.

En mundo andino los ayllus tenían una obediencia casi ciega a su curaca, de allí que las elites cuzqueñas preferían comprar o chantajear los favores de este que a su vez realizaba los requerimientos cusqueños siendo beneficiado o amenazado por esto, lo cual como es lógico derivaba en una constante explotación de los ayllus sin que vieran en gran medida los frutos de la ritual reciprocidad mas que en lo referido a la producción.

Bibliografía

  • “Pachacutec Inca Yupanqui, Obras Completas I”

Rostoworowski, Maria

I.E.P Lima 2002

  • “Historia del Tahuantinsuyo”

Rostworowski, Maria

I.E.P, PromPeru, Lima 1999

  • “Estructuras andinas de Poder, ideología Religiosa y Política”

Rostoworowski, Maria

I.E.P Lima 2000

  • “Tawantinsuyu, el estado Inca y su organización política”

Parssinen, Martti

I.F.E.A

Embajada de Finlandia

Fondo editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima

  • “Los Incas, Economía , sociedad y estado en la era del Tahuantinsuyo”

Espinosa soriano, Waldemar

Amaru Editores, Lima 1997

  • Ensayo de Historia andina, elites, etnias, recursos”

Rostoworowski, Maria

I.E.P BCR Lima, 1993



[1] “Pachacutec Inca Yupanqui, Obras completas I

Rostworowski, Maria

IEP Lima 2002 pp.211, 212

Desestructuracion del Feudalismo

Desestructuracion del Feudalismo

El feudalismo fue un periodo historico de larga duración, y se caracteriza por su estabilidad, “inamovilidad”, resistencia al cambio y consolidación del cristianismo en el mundo occidental

También podemos identificar como feudal a la sociedad japonesa de los Shogun en el otro extremo del mundo, siendo considerada por muchos estudiosos como la que mas se asemeja a occidente tanto en si periodo feudal, la transición hacia el estadio de desarrollo posterior conocido como el capitalismo así como por sus posterior desarrolllo a pesar de la diferencia temporal y geográfica.

Así pues hecha esta aclaración podemos pasar a hacer un análisis mas detenido de cada caso, haciendo énfasis especial en el llamado feudalismo clásico por ser este el que mas influyo en el posterior desarrollo del mundo conquistado por occidente, pero haciendo un análisis del caso japonés, para de esta manera analizar un caso diferente que nos pueda explicar las particularidades de cada civilización o sociedad, pese a la común estructura económica.

El Feudalismo clásico (Occidental)

El feudalismo clásico fue la variante feudal que se dio en los territorios europeos de los actuales estados italiano, francés, alemán, portugués, español e ingles.

En este marco geográfico podemos distinguir un mosaico de autoridades y potestades que se asaban en un sistema de vasallaje y servidumbre que ataba al productor a la tierra y que por lo tanto la producción era reducida, el contacto comercial mínimo, la innovación escasa, siendo la autoridad papal la que se erigía sobre las demás, y la religión y doctrina cristiana la unificadora y cohesionadota de este vasto conglomerado social.

Pero ante este panorama se nos presenta la interrogante de cuales fueron las causas y cual el procesos de descomposición hacia el modo de producción capitalista.

En este punto es referencia obligada el celebre debate Dobb-Zweesy, en el cual se confrontaron dos puntos de vista acerca de los que fue este proceso y las causas que la desencadenaron.

El debate se origino a raíz de la publicación del libro “Estudios sobre el desarrollo del capitalismo” en el que Maurice Dobb plantea que el feudalismo como sistema económico-social era inviable por cuanto la explotación hacia el campesino era asfixiante a tal punto que los excedentes producidas por las escasas innovaciones en la agricultura era inmediatamente absorbido por el señor feudal, lo cual provoco el permanente conflicto y confrontación entre el señor feudal y el productor que era descrito como un siervo, además esta el tema del periodo de transición asignado y las causas que provocaron generaron la replica de Zweesy

Este autor plantea una hipótesis acerca de las causas que originaron el fin del sistema feudal, así pues el plantea que el elemento disolvente de la sociedad feudal es el resurgimiento del comercio a larga distancia y mas exactamente el comercio; así pues el nos explica que con el resurgimiento del comercio a larga distancia penetraron en Europa occidental productos exóticos y suntuosos, que los señores feudales apreciaron mucho, así pues al necesitar dinero y faltarles liquides empezaron a exigir a sus siervos cada vez mas que les entregaran el tributo en moneda y cada vez menos en servicios, esto a la vez provoco que el campesino vendiera su escasa producción a los mercados regionales o que huyera a las ciudades en busca de un mejor porvenir, del mismo modo el señor feudal se fue dando cuenta que este sistema era poco rentable y procedió a modificar el sistema de obtención de rentas de su feudo, empezó a arrendar sus territorios en mayor medida y prefiriendo siempre a los grandes arrendatarios que le podían proveer de mayores ingresos y estos la vez al necesitar trabajar estos terrenos empezaron a utilizar mano de obra asalariada de los ex campesinos; así mismo las ciudades empezaron a robustecerse por el trafico comercial y por ser sede en muchos casos de estas transacciones comerciales empezaron a ejercer una atracción sobre los siervos que migraban a ellas en busca de mayores ingresos, todo lo cual contribuyo al cambio del sistema que se expresa en el cambio del sistema de producción pasando del sistema servil al asalariado característica del sistema capitalista.

Dobb replica afirmando que los argumentos esgrimidos por Zweesy nos son determinantes ni invalidan su posición por cuanto el afirma que el comercio no podía tener ese papel determinante en el cambio social por cuanto no es privativo del sistema feudal el comercio a larga distancia, que ya existió en el sistema esclavista, poniendo como ejemplo el comercio griego que pese a ellos era esclavista, así pues el afirma también que el comercio no explica completamente el cambio de los requerimientos del señor feudal para con sus siervos, pues dice el señor muy bien pudo explotar mas aun a sus siervos para obtener mayores ingresos, siendo esta explicación tan buena como la del cambio de exigencias, así lo afirma poniendo ejemplos a los señores feudales cercanos a las rutas comerciales, del mismo modo afirma que el comercio no era completamente ajeno a los feudales diciendo que los hijos de estos se asociaban a los comerciantes.

El feudalismo Japonés

En el caso japonés el feudalismo fue un proceso que se origino con la ascensión del Shogun al poder luego de una guerra civil, entre sus características básicas podemos observar la gran productividad alcanzada en el agro así como el orden existente que le garantizaba la estabilidad, esto se expresa en las pocas sublevaciones campesinas, además de el nivel de educación alcanzado por su población; además que al ser el Japón d esos tiempos una sociedad cerrada sobre si misma por propia voluntad.

Se afirma que estas características fueron importantísimas en su posterior evolución hacia la sociedad capitalista hecha con tanto éxito.

Esta transición se produjo de una manera diferente por completo al occidental y por razones también diferentes.

Luego de un extenso periodo de aislamiento social podríamos catalogar al Japón como una sociedad inmóvil que por su excelente nivel de producción agrícola y las escasas sublevaciones lleva a una existencia similar a la de de siglos anteriores, cuando el mundo entero y occidente principalmente se encontraba en una etapa posterior de desarrollo. Así pues en el contexto de la expansión comercial imperialista de occidente Japón en obligada por el Comodoro Perry de la marina Norteamérica a firmar un tratado comercial, lo cual genero una reacción profunda en la propia aristocracia que consiente de su debilidad decidió reformar el sistema para hacerse mas competitivos y poder enfrentar el desafió que le planteaban las naciones de occidente, con este propósito se lleva a cabo la revolución meiji que dio fin al shogunato y realizo el cambio del Japón de ser una sociedad feudal hacia un sistema capitalista y como ya se dijo a esto ayudo los excelentes niveles productivos, la centralización y el nivel educativo de su población.

Conclusiones

  • Podemos finalmente concluir que el sistema feudal encerraba en si mismo las semillas de su propia destrucción por cuanto la explotación sobre el productor era asfixiante, pero también, como afirman los marxistas, engendro a una clases que por necesidad exigía la destrucción de este sistema para poder emerger, es decir la clases burguesa que se gesto en las ciudades y que necesitaba la mano de obra que los señores feudales acaparaban en los feudos de forma servil.

  • También podemos entender que el comercio tuvo un papel importante en este proceso por cuanto marco el final de este periodo, y marcando en cierta medida el surgimiento de la burguesía que empezó su enriquecimiento por este modo.

  • En el caso japonés podemos ver que este cambio es realizado por razones diferentes, de forma diferente y a raíz de causas diferentes, pese a lo cual logro un resultado similar al occidental

  • Así pues podemos notar que la evolución hacia los modos de producción nos es lineal y que por tanto mal haríamos en querer esquematizar esta evolución en una línea temporal y evolutiva, siendo la realidad distinta.

El Feudalismo

El Feudalismo

El feudalismo o periodo feudal se dio en su forma clásica en Europa occidental, al producirse el fin del imperio carolingio (que se dividió siguiendo la costumbre germánica de dividir el reino entre los hijos).

Así pues este periodo temporal de gran extensión conoció diversas etapas hasta su posterior transición hacia el capitalismo, un estudio detallado de este proceso nos tomaría años de estudio, así como una gran cantidad de espacio para plasmar el conocimiento obtenido, como lo ha demostrado al experiencia de Maurice Dobb o los historiadores marxistas, por citar algunos ejemplos, y pese a ello es seguro que resultaría incompleto y generaría una muy candente polémica, así pues en el presente trabajo nuestra ambición es mas modesta y nuestro estudio es mas superficial o mejor dicho nos ocuparemos menos de los puntos mas controversiales para enfocarnos en un análisis de lo que ya se conoce con cierto consenso.

El feudalismo puede pues ser entendido a la vez como un periodo histórico y como el modo de producción predominante y que por ende lo caracteriza. Este modo de producción, entendemos, se basaba en la producción limitada de bienes de consumo por parte de unos productores ligados a la tierra que trabajaban y que (paradojas de la historia) los poseía, pues como ya se dijo los productores estaban ligados a la tierra, y no esta a aquellos. Además estos productores (campesinos) estaban sometidos por relaciones de servidumbre a un señor feudal que basaba sus derechos en la costumbre fundada en cierta legalidad, las leyes, y la fuerza militar.

De esta manera podemos observar que el ámbito de estudio de el que nos ocupamos era un mosaico de propiedades que producían para su autoconsumo, dejando pocos excedente que eran acaparados por el señor feudal, siendo esta economía denominada por muchos estudiosos como una economía natural por cuanto la producción iba encaminada al consumo y no al mercado.

El feudalismo abarco también mucho mas que el ámbito económico, también abarca lo social, cultural, religioso, etc.

Así pues este periodo también es conocido por los estudiosos de las evolución cultural de occidente como el oscurantismo o la época oscura de occidente, por ser característica ( por lo común) de este periodo la efabilidad, inamovilidad, y su resistencia al cambio y la innovación; en estos aspectos es fundamental el papel de la Iglesia católica Apostólica y Romana, que ante la caída del imperio romanos de occidente se en directa heredera, depositaria y conservadora del saber clásico y mas aun única institución que sobrevivió a este periodo cataclismico, así pues y por esta experiencia la iglesia se volvió sumamente recelosa del cambio pues entendía a este como una amenaza para el mantenimiento de la doctrina cristiana y su expansión; y para algunos estudiosos mas críticos también representaba una amenaza para el mantenimiento del sistema de explotación que ella legitimaba.

Así pues la iglesia católica se convirtió en depositaria del saber clásico, ardiente misionera, paladín del sistema y Verduga del cambio, en esta descripción podría malinterpretarse el papel de la iglesia como una institución ávida de poder, devoradora de la sociedad que la engendro y segadora de todo progreso por su propia naturaleza; este seria un análisis sesgado pues olvidaríamos el contexto en el que se desarrollo, un periodo traumática, de desestructuracion, sin una autoridad que pudiera normar las relaciones sociales, el fin del mundo antiguo con todas sus creencia, tradiciones y formas d entender el mundo, que causo en el poblador común un profundo temor a la transición y al propio mundo que se erigía ante si, consumando así pues la desaparición de miles de años de civilización, ante esto se levanto la iglesia como una institución centralizadora, justificadora y explicativa del mundo que surgía del cataclismo, y normadora de la sociedad siendo de esta manera garante de la estabilidad social y mantenedora del orden, a la vez que conservaba el conocimiento clásico; asumiendo de esta manera un papel para el cual no había nacido, pero que ante la realidad tuvo que asumir y que le conllevo a mutar y adquirir vicios y costumbres que en innumerables veces fueron denunciados y combatidos, pero que sin embargo no formaban parte de su naturaleza primigenia; del mismo modo este periodo se caracteriza por el enfrentamiento antagónico entre el mundo occidental ( el cristianismo) y el mundo oriental (Islam) teniendo como victima al imperio romano de oriente que intento ser mediador entre ambas y que sin embargo acabo consumido por sus papel en la historia.

El enfrentamiento entre el Islam y el cristianismo fue permanente, con periodos de tregua y hostilidad, pero que por la propia naturaleza expansiva, evangelizadora e intolerante de amabas civilizaciones acabarais solamente con la subordinación de una a la otra.

Así pues podemos ver que pese a la creencia generalizada de que el periodo feudal o edad media fue un periodo inmóvil, uniforme o hasta “aburrido” es una creencia errónea

Conclusiones

  • El periodo feudal fue un periodo de continuo avance y retrocesos en muchos aspectos, fue un periodo dinámico en el continuamente estallaban las contradicciones sociales, económicas, religiosas, etc., y que sin embarguen el saldo final no representaba un cambio permanente por cuanto la institución mas fuerte y que de alguna manera era el fiel de la balanza del cambio era profundamente tradicional y canónica, esto como ya se explico es producto del trauma que significo la caída del mundo romano ( identificada debeladoramente como el fin del mundo en el Apocalipsis bíblico) y esto nos llevaría a pensar que la generalidad de la población también compartía estas características.

  • También podríamos concluir que este periodo se caracterizo en el aspecto económico-social por la explotación que sufrió el productor por parte del señor feudal en un mundo que legalizaba esta explotación, del mismo modo podemos observar que por las características antes mencionadas este sistema económico-social o mejor dicho este modo de producción encerraba en si misma la semilla de sus destrucción por no poder mantener indefinidamente esta explotación

Confianza de francis Fukuyama by Manuel

CONFIANZA

FRANCIS FUFUYAMA

En el capítulo 10, El confucianismo italiano, así como en todo su libro, el autor trata de demostrar como el capital social: la confianza, influye poderosamente para la conformación de empresas sostenibles, es decir competitivas, generadoras de beneficio.

Si bien el capital social es un importante variable para dicho fin, el autor cree que él no es el único, ya que se ve complementado o frente a su ausencia el Estado tiene la capacidad de intervenir en la economía no sólo como regulador, sino también como promotor e inclusive empresario.

Para dar una explicación sobre el origen de la moderna empresa familiar en la tercera Italia Fukuyama recurre primero a la comparación con China diciendo que en ambas sociedades existe un familismo (donde los lazos parentales predominan), pero no atomizado como en el sur italiano donde abundan las familias nucleares, sino una relación familiar extensa en la cual se incluye a tíos, sobrinos, abuelos, etc., para luego decir, a partir de una corriente de sociólogos, que la institución de la aparcería en la tercera Italia y el bracciante en el sur italiano podrían haber preparado las diferentes tipos de familismo en las dos Italias. En la aparcería, el propietario y el jefe de familia participaban de los productos obtenidos, el contrato se hacía extensivo a toda la familia la cual le convenía al dueño sea extensa para que trabajen con eficiencia toda su tierra. Además el contrato le permitía controlar la migración de los miembros de la familia, y los casamientos. Cuando los predios eran muy extensos era necesario que las familias nucleares se aúnen con otras para las labores, fortaleciendo de esta forma sus lazos. También, habría que mencionar que siendo la familia propietaria de las herramientas y de los animales existía un incentivo para el ahorro y la inversión (el espíritu de empresa).En el sur italiano pasaba lo contrario. Hubo jornaleros que eran contratados de manera individual, vivían en el poblado y no en la tierra donde trabajaban. Pág. 129-130

Para una explicación de carácter histórica de los diferentes grados de sociabilidad en las Italias que se refleja en las asociaciones académicas, sindicales, políticas, de esparcimiento, etc., que incluso tiene repercusiones en lo que se refiere a la corrupción política, habría que remontarnos al periodo de las monarquías absolutistas que atravesó el sur italiano como los reinos normandos de Sicilia y Nápoles, en especial durante el reinado de Federico II. En el campo se estableció una jerarquía absolutamente vertical desde la aristocracia terrateniente hasta campesinos que se encontraban próximos a la supervivencia. Para este caso, la iglesia fue una institución externa que era una carga más para los campesinos ya que era impuesta sobre ellos. Pág. 130

En el norte y centro del país florecieron ciudades-Estados como Venecia, Génova y Florencia. Además de ser políticamente autónomas practicaban, aunque de manera discontinua, formas republicanas de gobierno que exigían un alto grado de participación política por parte de sus integrantes. Con esa política surgieron gremios profesionales, asociaciones vecinales, etc., donde la iglesia era una asociación más. Pág. 130-131

Considero que la importancia de contar con más personas de confianza dentro de la organización económica es que te abre más oportunidades a la expansión del negocio a través del incremento de capital y por ende la obtención de precios más baratos para los insumos, diversificación de productos, reinversión, liquidez, etc.

En el capítulo 18, Los gigantes alemanes, Fukuyama hace una comparación de las culturas alemana y japonesa (por cultura el autor entiende una herencia de comportamiento social caracterizada por estar en una dinámica constante debido a las imposiciones desde arriba, las políticas de Estado; las influencias religiosas, etc.) en el sentido de tener ambas un alto grado de confianza reflejada en sus sociedades civiles u organizaciones intermedias. Estos países tienen reputación de ser sociedades ordenadas y disciplinadas, de satisfacerles seguir las reglas de juego, de tomar el trabajo en serio, de buscar la perfección. Hoy, tienen sólidas empresas de gran escala reconocidos por sus máquinas-herramientas y su mecánica de precisión y por sus industrias automotriz y óptica. Sin embargo, sus rasgos positivos fueron negativos a la vez en torno al orden y la disciplina, que permitieron que dichos países vivieran dictaduras y terribles guerras. Además, si bien hay cohesión en sus sociedades frente a extranjeros se han comportado de una manera intolerante. Pág. 233

Considero que los surgimientos de grandes corporaciones privadas, en parte se han debido a que los estados de dichas sociedades han fomentado el surgimiento de ellas a través de gravámenes para sectores que pudiesen hacerles competencia por ejemplo. Sin embargo, sin un alto grado de confianza la unificación es improbable, cosa que no ha sucedido en dichos países precisamente por haberlo. Se podría cuestionar que las fusiones se debieron a las quiebras de unas empresas y las compras de éstas por otros, algo que puede ser cierto, pero también es real que cuando hay confiabilidad entre organizaciones éstas se ayudan aunque sea más beneficioso no hacerlo hablando en términos económicos.

El autor también compara a Alemania con Inglaterra sobre la mayor facilidad que tuvo la primera para desarrollar la industria. Para el caso de Inglaterra, nos dice que hubo dificultades por barreras de clase y estatus que socavaron el sentido de comunidad y erigieron obstáculos innecesarios en la cooperación económica. Aunque Alemania también era una sociedad clasista, no existían entre banqueros e industriales diferencias de estatus comparables a las inglesas ya que los grupos no se hallaban separados ni física ni culturalmente. Pág. 238-239

En este aspecto creo que las ideas de pertenecer a un grupo y/o clase y excluirse de otro deliberadamente, siendo ambos parte de un posible circuito económico, coadyuvan a la falta de apoyo para el crecimiento de la empresa.

En el plano histórico se puede apreciar en Alemania una tendencia del Estado por asumir una política de benefactor social para los que se viesen perjudicados con el sistema económico sea por pérdida de empleo o con los trabajadores de las empresas, elementos que a mi parecer han contribuido notablemente en la confianza de la sociedad en su conjunto hacia el Estado por lo que los objetivos de uno se han percibido como los de ambos, claro está tras magras experiencias iniciales.

Fukyama nos dice que desde Bismarck con la implementación del primer sistema de seguridad social en Europa se puede ver la mencionada tendencia (Aunque haya sido como contrapeso de su legislación antisocialista, que incluyó la proscripción del partido social demócrata). La economía social de mercado tiene su origen en la República de Weimar de la década de los veinte, época en la que se introdujeron diversas leyes laborales, incluyendo el derecho de negociación colectiva libre y los consejos de trabajadores (Braun.1990. Pág.54). Tras la proscripción de los sindicatos independientes por los nazis, hubo un amplio consenso entre los líderes alemanes de la posguerra de establecer un sistema nuevo y más cooperativo. Una de las características de la economía social de mercado es la coodeterminación, un sistema que dispone de la participación de representantes de los trabajadores en los comités de dirección de las empresas. Otro aspecto importante de su economía es la amplia legislación sobre bienestar social, que se ocupa entre otros temas, del cuidado de la salud, de las condiciones de trabajo, los horarios y la estabilidad laboral. Todo este sistema es negociado y administrado por una serie de organizaciones intermedias, fundamentalmente los sindicatos y las asociaciones profesionales de empresarios, organizadas en un nivel nacional, a fin de excluir las juntas locales independientes de empleadores o gremios (Meter Schwerdtner. Trade Unions in the German Economic and social order. 1979. Pág. 455-473) Pág. 240-241

En mi opinión, este Estado alemán ha sabido direccionar adecuadamente lo que unos llamarían capitalismo y socialismo juntos. Sin abandonar ninguno de estos dos entes que permiten la convivencia sana de la sociedad entendida en el progreso material de la sociedad a través del desarrollo de la tecnología, ciencia, etc., como en el resguardo de los ciudadanos que se pudiesen ver afectados por las medidas económicas que se diesen.

En el capítulo 23, Las águilas no vuelan en bandadas… ¿o sí?, Francis Fukuyama trata sobre Estados unidos para manifestar que ante la herencia supuestamente predominante de individualismo que tiene convive con ella otra que es el comunitarismo. Si bien es mucho más fácil despedir a los empleados en EE.UU. que en Alemania o que los mismos ciudadanos americanos o los extranjeros en general piensen que los estadounidenses son sumamente individualistas; ello no explica como en los Estados Unidos se han desarrollado grandes empresas privadas tras procesos de unificación. Además, allí existen innumerables sociedades civiles como gremios, asociaciones sin fines de lucro, clubes de lectura, etc. La idea de una herencia de comunitarismo, confianza se hace real.

Por otro lado, las gigantes empresas han sido frenadas por el estado americano sustentándose éste por la escuela liberal que concibe que para que haya competencia y por ende bienestar para la sociedad, no deberían existir monopolios; a diferencia de Alemania donde no existieron estas normas ya que por el contrario el Estado incentivaba estas uniones.

Considero que los monopolios traen tanto beneficios como problemas. Al haber una gran cantidad de capital acumulada y concentrada ello revierte en mayor obtención de dinero por parte del Estado para así distribuirlo y/o direccionarlo a la sociedad en distintas formas como seguridad educativa, social, etc. Pero los problemas son muchos, como el control de precios. Deberemos tener en cuenta la complejidad de los monopolios. Por un lado, su posibilidad de absorber a otras empresas especialmente fuera de su cultura, también las posibilidades de regulación de los Estados, así como los empleos de la población en otros sectores como los servicios y comercio.

Respecto al tipo de cultura que permitió que en este país surjan enormes corporaciones el autor manifiesta que la élite empresarial que lo realizó a mediados del siglo XX fue tan homogénea en términos de etnicidad, religión, raza y sexo como las de Japón y Alemania. Casi todos los gerentes y directores de las grandes corporaciones estadounidenses eran protestantes anglosajones blancos, de sexo masculino, con algún ocasional católico o algún europeo no anglosajón entre ellos. Estos directores se conocían a través de los directorios de las empresas de las que formaban parte, de los country clubs, colegios universidades, iglesias y actividades sociales, e imponían a sus gerentes y empleados códigos morales que provenían de los lugares de donde procedían. Trataban de inculcar a otros su propia ética de trabajo y su disciplina, mientras que rechazaban de plano el divorcio, el adulterio, la enfermedad mental, el alcoholismo, la homosexualidad y otros tipos de comportamiento no convencional. Pág. 303

En mi opinión, comparto con el autor que los patrones sociales de comportamiento se adquieren y aprenden, en este caso para direccionarlos a un tipo de economía capitalista y, por que no, social. Sobre las organizaciones intermedias ya me había manifestado que permiten engendrar y/o acrecentar la confianza o capital social por la misma relación de convivencia y afinidad sobre todo. Respecto a las conductas favorables como religiosas y de opción sexual por ejemplo, actualmente, creo que personas de otras creencias y sexualidades podrían acceder a ser protagonistas de empresas manteniendo como los demás actitudes favorables hacia el crecimiento y desarrollo empresarial.

Fukuyama también refiere que aunque en Estados Unidos hay una vinculación familiar, ésta no es comparable a la de Italia o China (donde existe un familismo del que ya se habló). Si bien algunas feministas sostienen que Estados Unidos tiene una familia patriarcal ésta nunca tuvo el apoyo ideológico que se dio en China o en algunas sociedades católicas latinas. En EE.UU. los vínculos familiares a menudo están subordinados a las exigencias de grupos sociales más grandes. Los hijos se alejan de sus familias, atraídos por la fuerza de las sectas religiosas o iglesias, colegios o universidades, el ejército o una empresa. En comparación con China, donde cada familia se comporta como unidad autónoma, el entorno comunitario más amplio en los Estados Unidos ha tenido una autoridad mayor durante gran parte de su historia. Pág. 307-308

Aquí, resulta visible que a mayor nivel de confianza entre las personas, por estar relacionadas en distintos círculos o grupos, se facilita la posibilidad de asociación al albergar objetivos afines. En China el grado de confianza no se expande más allá de la familia teniendo su cultura religiosa crítica importancia.

resumen de Veine by Lino

RESUMEN DEL LIBRO: COMO SE ESCRIBE LA HISTORIA. ENSAYOS DE EPISTEMOLOGIA

AUTOR: PAUL VEYNE

En este brillante ensayo Paul Veyne planeta los grandes problemas acerca de cómo se escribe la historia. A lo largo de las tres secciones en que se divide la obra (dedicadas al objeto, la comprensión y el progreso de la historia), las reflexiones y las críticas abarcan un amplio ámbito de cuestiones, enriquecido siempre por ejemplos concretos: el campo histórico es indeterminado y desborda las estrechas fronteras que la historiografía tradicional le había asignado; los acontecimientos no son cosas, sustancias o totalidades sino nudos de relaciones; la explicación histórica, de naturaleza descriptiva, se ocupa de organizar el relato con una trama comprensible, mezcla de azar, causas materiales y fines, y no guarda relación alguna con la explicación científica de carácter hipotético-deductivo; las teorías y los modelos de la historia sólo son resúmenes de las tramas, mientras que sus conceptos carecen de límites precisos y son únicamente imágenes genéricas; la síntesis histórica funciona como un mecanismo de retrodicción, que trata de averiguar el papel desempeñado por la inducción y la causalidad; la historia carece de método, dada su incapacidad para formular sus experiencias en forma de definiciones, leyes y reglas, y nunca podrá llegar a ser una ciencia; la sociología es una pseudociencia y, a lo sumo, un rótulo más de la historia, etc.

“La historia carece de método; pedid, si no, que os lo muestren. La historia no explica absolutamente nada, si es que la palabra explicar tienen algún sentido; en cuanto a lo que en historia se llama teorías, habrá que estudiarlo con más detenimiento. Entendámonos. No basta con afirmar una vez más que la historia habla ‘de lo que nunca se verá dos veces’; tampoco se trata de sostener que la historia es subjetividad, perspectivas, que interrogamos el pasado a partir de nuestros valores, que los hechos históricos no son cosas, que el hombre es comprendido y no explicado, que no es posible una ciencia del hombre. En definitiva, no se trata de confundir el ser y el conocer; las ciencias humanas existen realmente (o, al menos, aquellas que merecen con justicia el nombre de ciencia) y, así como la física fue la esperanza del siglo XVII la de nuestro siglo es una física del hombre. Pero la historia no es esa ciencia, ni lo será nunca”

De esta manera tan abrupta prologaba Paul Veyne en 1971 su obra Cómo se escribe la historia. La intervención de Veyne se produce en un momento extraño tanto en el campo de la propia historiografía como en el de la epistemología. Las distintas vertientes de ese extraño fenómeno literario llamado “historia total” comenzaban a presentar claros síntomas de cansancio.

Veyne escribe en un momento extraño en el que muchas nuevas “ciencias” muy exóticas e ideologizadas (semiótica, genealogía, psicoanálisis, etc.) padecían una extraña ansiedad legitimatoria destinada irremisiblemente al fracaso. Por regla general, hoy se suele aceptar que la escuela de Annales sucumbió a este ambiente intelectual justo en el momento en que triunfaba institucional y académicamente, como tan agriamente ha señalado Fontana.

A pesar de que Veyne se mueve en este bituminoso ecosistema intelectual (considera que

Foucault, literalmente, ha “revolucionado la historia”) su punto de referencia sigue siendo la historia estructural73. Esto es importante para entender que Cómo se escribe la historia no pretende decir a los historiadores cómo deben hacer su trabajo sino explicarles que, en sus debates metodológicos, no necesitan sumirse en procelosas idealizaciones. Por extraño que parezca, buena parte de los escritos metodológicos historiográficos se dedican o bien a señalar los límites del resto de enfoques o bien a mostrar que, a través de algún misterioso mecanismo, son complementarios, se necesitan y encajan entre sí de un modo tal que la historia como disciplina se parece sospechosamente a esa mirada del Dios de Leibniz74. No es el caso de Veyne. Para él la historia está bien como está y se limita a señalar en qué consisten esos conocimientos y cómo se llega a ellos. Este reconocimiento implica que la pluralidad de escuelas y enfoques es válida y no particularmente problemática. Lo que Veyne ataca son las reflexiones metodológicas de infinidad de historiadores que pretenden dotar de una importancia privilegiada a lo que no es más que el fruto de su interés personal.

En realidad hay buenas razones para pensar que Veyne está en lo cierto; el pluralismo historiográfico es consecuencia de una natural diversidad de intereses de investigación. Sin embargo, como hemos visto, en los últimos años se ha otorgado a esta tesis una relevancia teórica inusitada; se supone que constituye un punto de ruptura respecto a la tradición anterior. Para Veyne la pluralidad era más bien un mecanismo para cortocircuitar las validaciones externas a la indagación empírica, sin importar si esa exterioridad era filosófica, metodológica o ideológica: si cierta investigación da cuenta del inminente advenimiento del socialismo tanto mejor para el socialismo pero eso no hace dicho estudio mejor ni peor, otro tanto ocurre con las monografías supuestamente dialógicas, cuantitativas, estructurales, centradas en la historia oral, feministas, etc.

Conviene tener en cuenta que Veyne no habla tanto para los historiadores como para los epistemólogos78. Intenta hacer comprender a los filósofos de la historia en qué consiste realmente esa historia que ellos tan solo se imaginan. El mismo año que Veyne publicaba Cómo se escribe la historia, Georg Henrik von Wright publicaba Explicación y comprensión tras casi una década de gestación. Esta obra constituye una poderosa sistematización analítica (y por tanto comprensible para los filósofos anglosajones) de las corrientes “hermenéuticas” dyltheianas vinculadas a la filosofía de la acción. El libro de von Wrigth fue un importante acontecimiento intelectual en la medida en que, como veremos, cerraba el círculo de las posibilidades de explicación “cientifista” (utilizo el término con muchos reparos) al ofrecer una alternativa aparente a las corrientes positivistas deudoras de Hempel79 en un sentido que ya había sido anticipado por Dray80. Las oscilaciones que a partir de aquí surgen, en especial la influyente obra de Danto, se moverán en un círculo gnoseológico que Quintín Racionero ha calificado muy elocuentemente de “argumento megárico” en historia81. Por muy grosera que resulte la generalización, en esencia, todos los autores de la filosofía analítica de la historia intentaban no tanto dar cuenta del tipo de conocimiento implícito en la historiografía contemporánea como de salvar la inteligibilidad de los acontecimientos históricos (o sea, su identidad) a pesar de ese conocimiento precario.

Pero Veyne no sólo se enfrenta a esta doble cara, legaliforme o intencionalista, de la filosofía analítica de la historia sino que hace una propuesta positiva de enorme envergadura que casi nunca ha sido adecuadamente reconocida. Por alguna oscura razón, su obra suele ser mencionada de pasada como uno de los defensores de la narratividad sin reparar en que constituye una de las aportaciones más importantes a la epistemología de la historia, a la altura de cualquiera de las obras clásicas y, en mi opinión, con un claro precedente en Croce, un autor que, dicho sea de paso, ha sido sistemáticamente malinterpretado e infravalorado a causa de una máxima tan célebre como, a la luz de los resultados, desafortunada82. Por eso hay que decir que Veyne se aleja también de aquellas corrientes hermenéuticas no analíticas –especialmente Gadamer pero también Heidegger– que han desarrollado un gran interés por la escritura de la historia desde un punto de vista muy diferente al de Von Wright o Davidson. Su problema era (y es) justo el contrario del de los analíticos: la imposibilidad de diferenciar la historiografía, como un saber con alguna carga espitémica determinada, de cualquier otra forma de discurso de estructura narrativa. En este sentido resulta curioso que Veyne no supiera ver un precedente en Althusser (Foucault fue bastante más receptivo), ya que a pesar de la mantecosa prosa de Para leer El Capital la escisión entre teoría e historiografía es uno de sus puntos clave, precisamente el que desató las iras de E. P. Thompson en su libelo Miseria de la teoría.

Por supuesto ni que decir tiene que otras corrientes de la filosofía continental, alejadas del concepto anglosajón de epistemología, tuvieron una gran influencia en Cómo se escribe la historia. El propio Veyne señala el peso decisivo de Raymond Aron, pero también se deja notar la huella de Paul Ricoeur. Ya Historia y verdad se hace cargo de importantes problemas epistemológicos (sin duda más desarrollados en Tiempo y narración) que Veyne plantea, lo de menos es saber si por primera vez, con gran precisión. En realidad, es sabido que Veyne recoge buena parte de su bagaje epistemológico de H. I. Marrou, a su vez radicalmente deudor de la obra de Aron. Marrou, un personalista cristiano, se adscribió a la hermenéutica dyltheiana en un momento francamente incómodo pero, sobre todo, estableció la importancia de una crítica filosófica rigurosa de la historiografía frente a las metodologías de historiadores que, como decía Paul Ricoeur, hablan como “artesanos que reflexionan sobre su oficio”. No insistiré en esta herencia de Veyne ya que implica la referencia obligada a un debate típicamente francés y casi tan absurdo como el de la “dinamicidad” de la historia en el contexto anglosajón. Efectivamente el propósito tanto de Aron como de Marrou es combatir con energía la tradición realista durkheimiana en favor de autores como Simmel o Weber. Si bien es cierto que parte del trabajo de Veyne guarda relación con esta polémica, aquí no nos atañe en lo más mínimo.

La obra de Veyne (al margen del hecho anecdótico de que sea una de las pocas obras epistemológicamente relevantes escritas por un historiador) marca un punto crucial en la filosofía de la historia. No creo que nunca antes se haya señalado con tanta claridad en qué consiste el conocimiento histórico y no en que debería consistir. Hay que tener muy presente que, a pesar de lo que el título de su obra podría sugerir, Veyne no es el Bruno Latour de la historiografía. En ningún caso contrapone la suciedad de la investigación histórica, polvorienta, llena de prejuicios y envidias, a su aspecto tal y como se presenta en los libros de texto. Veyne es un historiador de primer orden que cree firmemente que hay conocimiento histórico pero también que no se parece en nada a lo que la mayoría de los epistemólogos se ha esforzado en discutir. Es un hecho que los planteamientos de Veyne pueden derivar en argumentos escépticos pero eso no debería ser excusa para dejar de examinar su validez; en todo caso, si sus ideas resultan convincentes habrá que considerar en qué sentido se sigue de ellas necesariamente el escepticismo o si existe alguna salida

gnoseológicamente plausible a las aporías que plantean.

Un saber sublunar

El nervio de Cómo se escribe la historia es la caracterización de la historiografía como un saber que utiliza formas de explicación cercanas a los conocimientos cotidianos y, por consiguiente, distantes en algún grado del tipo de explicación típicamente científica.

Por supuesto, este argumento implica un reconocimiento de hecho de una distinción – discutible en cuanto a su grado pero evidente en sus extremos– entre doxa y episteme, es decir, entre ciencia-conocimiento y opinión-ideología-ignorancia. No importa demasiado el término que se coloque en cada extremo de la oposición ni tampoco el carácter relativo de la disyunción, es decir, el hecho de que nunca haya ignorancia absoluta como tampoco hay conocimiento absoluto. La idea de que incluso cuando señalamos y nos limitamos a decir “ahí” hay una especie de saber primitivo en juego (una “certeza sensible”) o de que, paralelamente, cuando utilizamos sofisticados conceptos físicos nos limitamos a aceptar como verdadera una metáfora muerta, marca un extraño punto de encuentro entre Hegel y Nietzsche particularmente característico del mundo que nos ha tocado vivir, siempre rodeados de noumeno, siempre enclaustrados en las redes de nuestra propia experiencia. Lo diré de otro modo, lo relevante aquí es aceptar la mera diferencia relativa, la mera distancia, entre conocimiento e ignorancia, sin prejuzgar los límites de cada uno de los términos o su relación. Si se admite esto, es decir, si se rechaza el escepticismo88, no será particularmente difícil aceptar que en algún sentido hay también una diferencia crucial entre los conocimientos que desde Galileo llamamos “científicos” y típicamente la “física matemática” y otro tipo de saberes (medicina, crítica literaria, técnicas deportivas, estategia militar, etc.). De nuevo, sería una petición de principio establecer desde este momento qué

saberes tal y como los conocemos hoy día son los que están al margen de la “ciencia” propiamente dicha y cuáles no o, peor todavía, cuáles son los criterios para su inclusión o exclusión: esto es precisamente lo que hay que discutir. Lo que Veyne intentaba demostrar es que la explicación histórica es substancialmente diferente de la explicación científica y eso ni siquiera exige aceptar que haya efectivamente conocimiento científico sino tan solo que pueda haberlo. Una manera de enfocar el asunto es mantener que en historia no hay explicaciones en absoluto, pero creo que esto da una idea de uniformidad descriptiva que no se corresponde con las muy distintas formas de estudiar la historia. Por eso me parece más adecuado hablar de dos modos muy distintos de explicar.

Veyne se da cuenta con precisión de que el objeto del saber histórico, aquello que interesa a los historiadores y aquello de lo que hablan los historiadores, no se puede dar de antemano como definido sino que responde a un perspectivismo que en sentido estricto es insuperable a pesar de que, como veremos, la continuidad de la investigación atenúa notablemente sus efectos. Por supuesto, se puede mantener en distintos sentidos que también los científicos consideran su objeto de estudio desde una cierta perspectiva.

a) Se puede pensar que la biología, la física y la química observan un mismo objeto (por ejemplo, un perro) desde distintos puntos de vista. Esto no es exactamente así. La biología y la química ven realmente el mismo objeto y no un objeto análogo y es por eso que la una puede “reducirse” a la otra89. Hay una comunicabilidad esencial a los objetos científicos que relativiza la compartimentación de la ciencia.

b) Se puede decir que un astrónomo tiene una perspectiva propia (científica) frente a un astrólogo, un marino o un poeta a la hora de ver un astro.

c) Se puede afirmar que Galileo, Newton o Einstein tenían distintas perspectivas del espacio y del tiempo.

Tal vez la objeción más fructífera sea la de b). Pues, en efecto, no hay que pensar que eso que desde Galileo llamamos “ciencia” es una especie de superperspectiva que aúna todas las demás sino, más bien, una perspectiva particular a la que llamamos “verdad” –y es francamente difícil encontrar buenos argumentos en favor de ese nombre, tan difícil como la historia de la filosofía–, pero que ni mucho menos agota el objeto real. En caso de que no sea posible acceder a este dominio, como es el caso de la historia contemporánea, no hay por qué pensar en una diferencia esencial de los acontecimientos sino, más bien, del tipo de conocimientos que estamos poniendo en juego para enfrentarnos a ellos, y habrá que pensar en qué sentido calificaremos de verdaderos o de falsos esos conocimientos (de eso trata todo este embrollo, a fin de cuentas).

Desde el punto de vista de su justificación, la perspectiva desde la que hablan todas las teorías científicas no sólo es única91 sino que internamente no es ninguna perspectiva. Por supuesto, se podría decir que esta característica -su pretensión (ya se considere loable o arrogantemente teológica) de no ser una perspectiva más sino un forma de ver las cosas radicalmente distinta- es justamente lo que caracteriza la perspectiva científica. Sin embargo, se trata de un recurso al infinito que deja las cosas exactamente igual que estaban. Con independencia de que la ciencia sea una manera más de ver el mundo o una instancia privilegiada para acceder al ser de las cosas, lo cierto es que en sus dominios los objetos aparecen como dados en virtud de que son considerados matemáticamente92 y las posibles perspectivas que se pueda desarrollar respecto a esos objetos dados en nada alteran el objeto de estudio propiamente dicho desde el punto de vista de su justificación. En otras palabras, si bien los “graves” actuales tienen muchas más propiedades que los de Galileo e incluso podemos considerarlos desde distintos puntos de vista teóricos, siguen siendo el mismo objeto de conocimiento (una pura fórmula matemática), por eso la física actual tiene algo que decirse con Newton y nada con Aristóteles. La matematicidad, la formalidad radical del conocimiento (¡y de la experiencia!) en física, la ruptura con la experiencia cotidiana, implica la posibilidad de considerar los objetos de estudio desde el punto de vista de un ideal normativo que, si se prefiere, se puede situar como hace Peirce en una comunidad ideal de investigadores futuros. En cambio, en historia las perspectivas son constitutivas, sólo por analogía se puede decir que la batalla de Fabrizio y la de Napoleón son la misma, por mucho que el conjunto de acontecimientos al que hacen referencia sea idéntico. Análogamente, dudaríamos en afirmar que un juego de ajedrez para tres jugadores sigue siendo ajedrez (aunque no hay un límite firme que permita señalar qué modificación es crucial para que deje de ser definitivamente ajedrez) y seguramente consideraríamos que el ajedrez es de algún modo inconmensurable con el parchís (aunque tal vez no con el ajedrez para tres jugadores) en el sentido de que no sabríamos qué hacer con una ficha de parchís en un tablero de ajedrez (y sólo en ese sentido, ya que se pueden establecer muchos discursos razonables comparando ambos juegos). En historia pasa algo parecido, no estoy seguro de que la historia del feudalismo romántica tenga mucho que ver con los estudios cuantitativos de los archivos de Cluny acerca de las oraciones fúnebres; por supuesto, no me atrevería a decir que son inconmensurables pero tampoco me parece un disparate afirmarlo93. En otras palabras, no estoy seguro de que el monje Primat y, por ejemplo, Huizinga hablen para nada de lo mismo y, en todo caso, quien afirme que es así necesitará intervenir crítica y por tanto polémicamente sobre la recepción de la tradición. Esto significa, evidentemente, que el objeto de conocimiento en historiografía está afectado por una notable contingencia e indeterminación que lo aproxima a la explicación cotidiana94. Por supuesto se dirá que, al fin y al cabo, los conceptos de la ciencia se han ido demostrado contingentes a lo largo de la historia, a través de su falsación y que, por tanto, popperianamente, deberíamos derivar de esa característica de la práctica científica la definición de la ciencia en general. La única respuesta posible es que, de nuevo con Peirce, lo conceptos de la ciencia son estructuralmente sincrónicos en virtud, por ejemplo, de su referencia a una comunidad ideal de investigadores futuros: se puede pensar la estructura de estructuras en la que finalmente esos conceptos sean verdaderos. Dicho de otro modo, la lógica de la investigación científica no es necesariamente igual que la lógica del conocimiento científico. Por su parte, el caso de la historia resulta bastante más complejo pues el tipo de explicación que entra en juego no sólo va mostrando su contingencia a medida que avanza la investigación historiográfica sino que es sincrónica, estructuralmente polémica95. Los objetos de estudio historiográficos no tienen de suyo una identidad definida sino que se construyen polémicamente. Si abundamos en el anterior ejemplo basado en los juegos de mesa, se puede caracterizar el tipo de identidad que caracteriza el objeto de estudio historiográfico en términos de mero parecido de familia.

La característica del conocimiento histórico, se encuentra el hecho de que los historiadores se interesen típicamente por el estudio de “acontecimientos” concretos (sea la formación de una civilización en torno al Mediterraneo, Waterloo o la nariz de Cleopatra). Así, por ejemplo, dice Veyne, si Juan sin Tierra pasara por delante de nuestros ojos: “Al verlo pasar por segunda vez, el historiador no diría ‘ya lo sé’ como dice el naturalista ‘ya lo tengo’ cuando se le entrega un insecto que ya posee. Esto no significa que el historiador no piense con conceptos como todo el mundo, ni que la explicación histórica pueda prescindir de modelos como “el despotismo ilustrado”. Es decir, cada uno de los acontecimientos, sin importar su generalidad, es de suyo relevante (es decir, interesante para su estudio) y no como ejemplar inductivamente significativo de un género universal, como ocurre en ciencia. Dicha réplica al cientifismo se corresponde punto por punto con la objeción clásica al proyecto de una filosofía sustantiva de la historia; un proyecto que, pese a lo que comúnmente se afirma, Marx rechazó con particular claridad.

Tiene especial importancia la última parte de la anterior cita de Veyne. Este interés por la concreción no significa que los historiadores se limiten a toparse aleatoriamente con hechos. Como decía Lucien Febvre, “el historiador no va rondando al azar a través del pasado, como un trapero en busca de despojos, sino que parte con un proyecto preciso en la mente, un problema a resolver, una hipótesis de trabajo a verificar”99. La historiografía utiliza dispositivos conceptuales que en ocasiones alcanzan una gran complejidad, al igual que cualquiera de nosotros en nuestra vida diaria. Lo que intenta señalar Veyne es que los conceptos y modelos de la historiografía no son formalmente como los de los científicos.

Esto no significa que, si estamos particularmente ociosos, no podamos “formalizar” los conocimientos históricos100, el problema es que el objeto de investigación no se ciñe (como en el caso de la física) a ciertas condiciones de la formalidad que la hacen fructífera y, así, resulta insignificante. En historia cualquier derivación formal que no sea trivial está sujeta a objeciones extra-formales porque lo que se cuestiona constantemente son las premisas mismas. Se trata de un asunto particularmente bien estudiado por Leibniz en su sistematización metafísica del futuro contingente aristotélico

En historia la generalidad tiene un contenido gnoseológico incomparablemente menos rico que cualquier concreción. Aquí la intensión guarda con toda claridad una relación inversa con la extensión. Hay que hacer un matiz fundamental para que esto tenga sentido y es recordar lo que al principio afirmábamos: el “acontecimiento” histórico no está definido de antemano. No importa mucho si el objeto de conocimiento es espacio-temporalmente inmenso o apenas abarca unos pocos metros durante unos instantes, lo crucial es precisamente su carácter espacio-temporalmente determinado. Como veremos esto significa

que no hay algo así como “hechos históricos” previos al conocimiento histórico. En cualquier caso el concepto de acontecimiento, como objeto de conocimiento de la historiografía, no coincide con esa noción intuitiva de “acontecimiento” vinculada a una comprensión cotidiana de la acción humana. No analizaré las formas en que se han definido los distintos tipos de acontecimientos y su nivel de generalidad, basta con reparar en el hecho de que, en principio, no hay ninguna razón para pensar que la revolución francesa, el arrabal urbano, la muerte de Julio César o el proceso de alfabetización en la Edad Media son objetos de estudio con alguna diferencia esencial. Es decir, cuando Veyne afirma que la historiografía se interesa por lo concreto, no deberíamos presuponer ningún rango en un árbol de Porfirio. En principio los hechos que rodean la vida de un individuo no son más concretos ni están más definidos que un proceso secular. Así, la indeterminación del objeto de estudio de la historia es previa a la demarcación del nivel relativo de generalidad de ese objeto. En este sentido, los tres tipos de historia de los que habla Braudel sufren por igual la indeterminación del objeto de estudio y si hay alguna diferencia entre ellos habrá que aportar argumentos adicionales107. De alguna manera la historia estructural es tan “particular” como la historia de un molinero.

Así pues, en la afirmación de Veyne “la historia se interesa por lo concreto”, la disyunción abstracto-concreto responde a un criterio epistemológico y no ontológico. Esto es, no significa que deba interesarse por la salud de los prisioneros de la Bastilla antes que por la revolución francesa sino que del estudio de la revolución francesa no cabe deducir nada de la revolución rusa. En este sentido, la concreción de los conceptos de la ciencia reside en su capacidad para abstraerse del infinito perspectivismo que suscita lo real en nuestra experiencia cotidiana. El contenido epistemológico concreto de, por ejemplo, el concepto de fuerza tiene que ver con su matematicidad, esto es, con el hecho de que no pertenezca a ningún ente en concreto sino a una gran pluralidad. Mientras en historia ceñirse al ahí es el único modo de averiguar algo (sin prejuicio de que ese ahí sea un proceso de larga duración

o incluso de dudosa existencia como la Guerra del Peloponeso o el arte radical), en ciencia es imprescindible romper con la conciencia sensible hegeliana. La historia es un saber en el que el perspectivismo es constitutivo y, por eso, la certeza sensible, el máximo nivel de vacuidad, el ahí ostensivo, son justamente los modelos abstractos como “revolución”, “burgués”, “imperialismo” o “soldado español”. A diferencia de la falsa concreción de la certeza sensible aquí esta “falsa abstracción” se presenta como un intento de eludir la investigación histórica de lo que realmente sucedió en todos y cada uno de sus detalles.

La indeterminación del campo de lo histórico afecta al hecho de que no se pueda hacer una reconstrucción coherente de los niveles de generalidad, estos permanecen como enfoques diferentes y no como una sucesión de conjuntos menores, como una serie de muñecas rusas que llega hasta la muñeca individual. Por mucho que sepamos de todas las aldeas mediterráneas no surgirán de suyo enfoques estructurales y, viceversa, la larga duración nada nos dice en principio de la microhistoria. Aunque, una vez más, nos movemos aquí en el horizonte de la justificación epistemológica. En la práctica, las grandes interpretaciones estructurales tienden a exigir una inmensa labor de investigación de casos particulares (como demuestra la vida de estudio de Marx o Braudel). Lo que ocurre es que la estructura final es menos una síntesis de esos casos que una selección de los significativos según unos criterios de un nivel gnoseológico distinto.

Perspectiva y relativismo

El argumento de la indeterminación del objeto de estudio de la historia plantea ciertos problemas gnoseológicos graves. En palabras de Veyne: “¿Cómo hacer que un hecho sea más importante que otro? ¿Acaso no es todo una nebulosa grisácea de acontecimientos singulares?”108. Este es sin duda el punto crucial del debate. Hasta ahora, sólo hemos trazado:

a) Una distinción entre el objeto de estudio y el objeto real, tanto en historia como en ciencia aunque de distinto signo en cada caso.

b) Una distinción entre el objeto de estudio de la ciencia y cualquier otro objeto de estudio propio de la explicación cotidiana (historia, estética, política, filosofía, etc.). En ningún caso hemos establecido la falsedad o futilidad de este segundo tipo de conocimiento y ni siquiera hemos aventurado una forma clara de distinguirlo del científico. Tan sólo hemos afirmado que hay una distinción fenomenológica. Llegados a este punto, lo fundamental es aclarar como se puede llegar a alguna clase de conocimiento en historia si el objeto de estudio adolece de la “corrupción” sublunar que establece b). Si todos los hechos son igual de importantes será imposible establecer esa clase de núcleo estable de inteligibilidad al que llamamos conocimiento. Por supuesto hay que tener muy presente lo que hemos establecido en a): no buscamos acontecimientos de suyo relevantes que nos permitan organizar la historia real al modo de las filosofías de la historia; hablamos siempre del campo de fenómenos al que se enfrenta el historiador tras elegir un tema de estudio que, por su parte, guarda distintos parecidos de familia –y, en consecuencia, diferencias– con otros temas de estudio109. Dado que no se puede realizar la operación de reducir los fenómenos históricos a un puñado de elementos con unas pocas propiedades definidas con las que operar (la mera extensión, como quería Descartes) y, por consiguiente, todas sus dimensiones parecen ontológicamente igual de relevantes, el conocimiento histórico parece estar sujeto a un perspectivismo fenoménico radical. Esto parece un buen argumento a favor del escepticismo en historia110. Una primera objeción a esto podría ser que, precisamente porque los conceptos no están saturados, muy leibnizianamente el perspectivismo no implica un relativismo. Los puntos de vista, aunque puedan ser opuestos, literalmente no pueden ser contradictorios y, por tanto, siempre cabe discutir racionalmente tanto los presupuestos de los puntos de vista como proponer nuevas opciones adicionales que muestren que la oposición no era tan necesaria como parecía. No obstante la respuesta de Veyne es más prolija: Esto es, dada la elección del campo de estudio, la organización de ese campo aparecerá con ciertas constricciones objetivas. De la convicción de que en historia nunca podamos desgranar unívocamente las partes objetivamente dadas de un acontecimiento complejo para mostrar su articulación -ya que ni el todo ni las partes en cuestión están dados de antemano- no se sigue la tesis absurda de que no podemos saber nada del mundo histórico. Del hecho de que no haya átomos históricos, individuos desnudos cuyos movimientos podemos recomponer hasta articular las civilizaciones, no debería seguirse que los objetos de estudio están vacíos, sin ninguna clase de entramado objetivo que los defina: la indefinición lo es del objeto de estudio, de nuestro conocimiento, no de las cosas mismas. Así pues, tenemos que darle la vuelta a la pregunta inicial. Si todos los acontecimientos tuvieran la misma importancia no habría conocimiento respecto de la historia, pero sabemos que tenemos acceso a ciertas formas (todo lo polémicas y débiles que se quiera) de conocimiento del pasado luego no todos los acontecimientos tienen la misma importancia. Ahora, pues, habrá que establecer en qué consiste esa diferencia o, lo que es lo mismo, en qué consiste “conocer” en historia.

Dicho llanamente, lo que Veyne nos recuerda aquí es que, en cada terreno de investigación determinado, no todos los hechos tienen la misma importancia aunque sean equivalentes en términos generales. Esto es más complicado de lo que parece pues, en efecto, se da un fenómeno de retroalimentación: la elección y la definición del objeto de estudio, y por tanto la determinación de los fenómenos relevantes, son tan polémicas como las formas en que se articulan esos hechos. Por así decirlo, lo que aquí nos interesa es que aceptar que hay conocimiento histórico significa aceptar que algunos hechos son relevantes y otros triviales aunque de ningún modo implica ningún prejuicio acerca de cuáles son esos hechos. Si se quiere expresar desde el punto de vista del contexto de descubrimiento se podría decir que ser historiador equivale a asumir la posibilidad de que sus futuras investigaciones sean susceptibles de discusión racional en virtud de ciertas constricciones externas llamadas “hechos”. Lo que ocurre, claro, es que el proceso de investigación consiste justamente en averiguar y discutir cuáles son esos “hechos” que suponemos que están dados. Pero aun a sabiendas de que no hay un grado cero de la escritura histórica, se puede aceptar esa “organización natural de los hechos” de la que habla Veyne en términos de un reconocimiento general de la existencia de conocimiento histórico aún sin prejuzgar de qué clase es ese conocimiento ni sus condiciones de posibilidad. La “demostración” de esto sólo puede ser ostensiva, lo más que uno puede hacer es señalar los volúmenes de historiografía o tal vez recurrir a una “demostración” refutativa, mostrando que hay posibilidad de error, que algunos historiadores metieron la pata soberanamente. Esto quiere decir que contestar a la pregunta “¿cómo es posible, en general, el conocimiento en historia?” es muy distinto de demostrar que efectivamente hay, en general, conocimiento en historia. Otro asunto distinto es que esa “organización natural” de la que habla Veyne tenga muy poco de natural en sentido estricto. No hay ningún tipo de comprensión puramente ingenua del pasado. Por eso tan a menudo los pioneros, quienes desbrozan algún campo inexplorado, son objeto de pueriles acusaciones de ideología. Quienes vienen detrás tienen el campo ya arado para la crítica, para la discusión académica. Creo que esta ausencia de enfrentamiento directo con el fenómeno es lo que llevó a Croce a establecer su conocida, y a menudo malinterpetada, distinción entre historia y crónica.

Ocurre así que el hecho de que simultáneamente tengamos una gran libertad a la hora de elegir un tema de estudio y de que el conocimiento resultante no sea unívoco sino que esté sujeto a objeciones que no lo “refutan” definitivamente, marca la posibilidad, aunque no la necesidad, de cierta incomensurabilidad entre los objetos de estudio (¡no entre los objetos reales, las propias res gestae!). La amplitud de esa posible incomensurabilidad es justamente lo que hay que discutir aunque ya hemos señalado someramente cómo esta diferencia podía interpretarse en términos de parecidos de familia. Inconmensurable aquí quiere decir, por poner un ejemplo particularmente manido, que no hay argumentos sencillos para decidir si el protestantismo de los capitalistas es una función de la afición de estos al capitalismo o viceversa.

Recapitulemos. Hemos aludido a la aceptación de la fuerza de los hechos como una condición de posibilidad de la historiografía. Como dice Veyne, “el campo histórico se encuentra indeterminado con una sola excepción: todo lo que se encuentra dentro de él tiene que haber sucedido realmente”. Sin duda ese es un primer punto de consenso, una

precondición117. Obviamente los problemas comienzan cuando no se puede alcanzar con satisfacción ni siquiera este primer nivel, como ocurre en el caso del arte, la música y, en general, de aquellas realidades culturales cuya recepción ha sufrido una gran variación a lo largo del tiempo. El problema en estos campos es que las estrategias para que los “hechos” se muestren, es decir, la delimitación del campo de estudio está particularmente sujeta a objeciones incluso de índole estrictamente material118. Las propias estratagemas para que surja esa determinación dada por la realidad del objeto de estudio son radicalmente conflictivas y, a poco que se profundice un poco en la crítica, las identidades tradicionales saltan por los aires119. Por eso, en ocasiones los historiadores del arte se siente legitimados para aceptar un total relativismo y es prácticamente el único ámbito de la historiografía donde ha tenido un influjo real (al margen de las simpatías y veleidades metodológicas de cada cual) el postestructuralismo. Y por eso también son tan abundantes las “tipologías” en historia del arte.

Para Veyne el objeto de estudio del historiador, esa instancia gnoseológica en la que se muestran con distinto relieve los hechos, es una “trama”: “la trama es un fragmento de la vida real que el historiador desgaja a su antojo y en el que los hechos mantienen relaciones objetivas y poseen también una importancia relativa [...] Esta trama no sigue necesariamente un orden cronológico: al igual que un drama interior puede desarrollarse en distintos planos”. La noción de trama como metáfora del objeto de estudio del historiador es muy útil porque libera la “elección” del investigador de cualquier supuesta constricción derivada de las resgestae –una imposible constricción pre-gnoseológica– al tiempo que salva la objetividad y veracidad (en cierto nivel) de la investigación histórica, la muestra articulada según cierta sintaxis. Pero la elección de una trama no sólo presupone una cierta consideración respecto a los hechos internos a esa trama (su índole inteligible) sino también respecto al resto de tramas posibles. La trama es un conjunto de fenómenos no necesariamente consecutivos en los que se observan cotas significativas y que, a su vez, se recorta sobre un fondo de normalidad. Dos tramas distintas, como la ciudad europea o las viudas en la Florencia del siglo XIV, tienen elementos de significatividad y trasfondos de normalidad muy distintos. Los acontecimientos a estudiar no se insertan sobre el majestuoso telón de fondo de la historia universal sino que cada trama implica cierta diferencia respecto al resto de investigaciones posibles. Un nivel evidente de diferenciación será la posición relativa de una trama respecto a distintos contextos, pero otro criterio muy importante es la índole del objeto de estudio. De este modo, la diferencia de las tramas permite la clasificación de objetos de estudio muy distintos en tipos de historiografía ajenos a la epocalidad: micro-historia, historia oral, historia política, historia estructural, etc. Cada una de esas “subdisciplinas” remite a un consenso sobre el parecido de sus distintos objetos de estudio (y no a alguno de los infinitos malentendidos sobre el “método”). Así pues esta diferencialidad no saturada permite también formas de identidad no saturada que evitan el delirio de que cada trama fuera un objeto de estudio absolutamente distinto.

La metáfora de la trama permite entender mejor por qué la inconmensurabilidad de enfoques en historia está sujeta a la misma indeterminación que la propia historia y, por tanto, permite progresos epistémicos de importancia. La razón de que haya “avances” en historiografía es justamente la posibilidad de transformar el objeto de estudio a medida que se discute sobre él, a medida que se investiga cada vez con más profundidad lo ocurrido. La profundizacion en la comprensión del pasado puede llevar a que aquello que formaba parte del contexto de normalidad se convierta en parte de la trama o, sencillamente, a tener que abandonar ese enfoque en aras de otro en el que los hechos que el historiador había desgajado se vuelvan comprensibles. Típicamente uno de los mayores avances de la escuela de Annales fue liberar a la historia del enfoque propio de las fuentes122. Así, la relevancia de los hechos recortados en ciertas tramas varió considerablemente e incluso surgieron puntos de vista alternativos más fructíferos para explicar los hechos recortados en las antiguas tramas, muy dedicadas al espectro político. En realidad, la comprensión cotidiana de ciertos acontecimientos que nos rodean también está sujeta a esta labor crítica. Así, por poner un ejemplo muy claro, cuando se produjeron las crisis bursátiles de Extremo Oriente y Brasil la prensa económica convencional sólo pudo hablar de “histeria colectiva”. Lo cierto es que el pánico bursátil existe y juega un papel importante a la hora de fomentar la aparición de profecías autocumplidas. Pero tal vez se pueda investigar mejor; es posible recurrir a un marco espacio-temporal más amplio, es decir, adoptar como objeto de estudio el propio trasfondo de normalidad de las crisis (el marco de la libre circulación de capitales a partir de los años ochenta), recurrir al trasfondo de normalidad de este último (el mercado mundial tras la crisis del petróleo) o incluso recurrir a otro tipo de trama como la historia de la asimetría entre capital financiero y productivo a lo largo del siglo XX. La trama como objeto de estudio de la historiografía debe ser comprendida en el contexto de una tradición de investigación que la va transformando materialmente mediante una mejor comprensión de los hechos reales que recorta y sus relaciones con otros objetos de estudio. Esta mejora incluso llega a propiciar su abandono por otros objetos de estudio sin duda adyacentes pero más fructíferos: aunque depurásemos de todos sus errores materiales la Roma de Gibbon hoy seguiría sin ser un tema de estudio aceptable como sí lo es, por ejemplo, el cultivo de cereal en las colonias romanas en África o el vocabulario de las meretrices en la Roma de Nerón.

Aunque, en realidad, esto es tergiversar las cosas pues fue limpiando de errores la Roma de Gibbon como dejó de ser interesante. Lo que esto significa, en resumidas cuentas, es que por la misma razón que no se puede establecer un criterio estable para los parecidos de familia tampoco hay por qué mantener las diferencias de familia. Podemos medir cráneos y lunares, comparar colores de ojo y cabello, indagar sobre el carácter. Desde luego, en cierto sentido no habremos avanzado mucho, los parecidos de familia que establezcamos tras todas nuestras investigaciones no serán más fijos que antes, serán igual de polémicos y nuestra tía podrá empecinarse en que las dos micras de diferencia de un lunar hacen que mi prima y yo seamos “iguales”, como antes decía que teníamos los mismos ojos123. Pero en otro sentido hay una enorme distancia, la que separa el conocimiento de la ignorancia. Lo que separa unos parecidos de otros no es la índole polémica y dudosa de unos y el carácter inconmovible y cierto de otros sino el abismo del conocimiento.

Causalidad

De algún modo la noción de trama como metáfora del objeto de estudio parece poner en entredicho la aplicación de una noción rigurosa de causalidad en historia. Tanto la trama como la idea de narratividad pretenden hacer hincapié en la especificidad de las conexiones que saca a la luz la investigación histórica, ¿cómo hablar de causalidad una vez que aceptamos el escaso peso de la generalidad?:

Obsérvese que la objeción que hace Veyne a la causalidad en historia es muy similar a la objeción humeana a la causalidad en general: de los objetos no se derivan sus relaciones. En todo caso, parece decir Veyne, cabe hablar de causalidad allí donde se comprueba una gran regularidad en la conexión entre sistemas de fenómenos, una regularidad que permite hablar metafóricamente de un conocimiento legaliforme de la naturaleza. Pero “explicar” la causa de un acontecimiento histórico es sólo narrarlo de otro modo, no aparece ningún nexo lógico de por medio. Cuando Veyne habla de causalidad hace alusión a una asimetría entre la ley y los acontecimientos que subsume y no a una sucesión de acontecimientos: es decir, la ley haría explícita la relación que une dos objetos. Dado que en historia ni hay leyes ni las puede haber, sólo operaría una “causalidad sublunar”125 no legaliforme. El argumento de Veyne tiene más fuerza de lo que a primera vista puede parecer. No se trata sólo de proponer una restricción en el uso de la voz “causa”, como si Newton hubiese demostrado que los hombres siempre habían usado mal el término. Evidentemente podemos seguir usando la palabra causa en nuestra vida cotidiana siempre que no pretendamos establecer ninguna ley.

El punto central de la argumentación de Veyne es que ninguna secuencia narrativa es susceptible de generalización ya que en historia lo que interesa son los acontecimientos concretos y no los universales. Por tanto, incluso en el caso de que sean fenómenos de larga duración nos interesarán como secuencias específicas y no como ley que subsume distintos casos.

Esto es muy importante pues significa que, haya o no auténticas leyes que afecten al dominio epistémico que estudia la historia, estas pueden ser ineficaces respecto a la tarea específica del historiador. Esa era justamente la cuestión que nos planteábamos al principio respecto a la relación entre teoría e historia.

No obstante, antes de abordar directamente este asunto hay que cuestionar la distinción que hace Veyne entre causalidad supralunar (o teórica) y causalidad sublunar (o cotidiana). Resulta curioso como puede estar operando aquí lo que Stove ha calificado como “deductivismo” escéptico deudor de las tesis humeanas más radicales127. ¿No estará cometiendo ese mismo error Veyne? ¿No exigirá demasiado a la explicación? Lo cierto es que, al menos desde cierto punto de vista, así es. La característica típica de la tradición escéptica anti-racionalista –en la línea de Hume, Popper o Veyne– es tomar como medida del conocimiento sólo cierto tipo de saber matemáticamente ideal y no la ignorancia cotidiana. Si esto ya es importante en física lo es mucho más en historia por la sencilla razón de que es un tipo de conocimiento inseguro y aproximado.

Para comprender esto hay que entender que lo relevante en la afirmación de la causalidad

legaliforme es cierto desnivel epistémico entre la ley-causa y los fenómenos-efecto que aquella subsume. Lo significativo de esta asimetría es que respeta la objeción de Hume respecto al non sequitur de las relaciones a partir de los objetos, ya que no obliga a pronunciarse sobre la naturaleza (convencional o no) de la propia relación. Creo que, en muchas ocasiones, en historiografía se da una asimetría epistémica análoga (aunque no legaliforme) que hace legítimo utilizar la noción de causa en un sentido no trivial. Dicho de otro modo, aún antes de examinar los problemas que plantea la noción de causa humeana que utiliza Veyne, hay que decir que prima facie existen usos de causa legítimos en historiografía; ciertos acontecimientos-causa son de distinto nivel que otros acontecimientos efectos.

En la tradición metafísica clásica esa asimetría dependía de la existencia de distintos géneros ontológicos que concluían en la especie ínfima, el individuo plenamente identificado. Así, según el célebre ejemplo de Aristóteles, es necesario que Corisco muera (ya que Corisco es un hombre y necesariamente mortal) pero cómo y cuando morirá es finalmente accidental. En un caso opera una causa abstracta, en otro una causa pertinente y concreta. Para Aristóteles esa concreción implica una accidentalidad que no es gnoseológicamente relativa respecto de la necesidad de la mortalidad del hombre (o sea no es una función de nuestra ignorancia). Se puede reconstruir la forma en que Corisco llega a morir pero se llega a un punto en el que no se puede ir más allá y sólo cabe hablar de “libertad” en el hombre o de “azar” en el caso de la naturaleza. La lectura contemporánea de esta idea sólo puede ser interpretada en los términos, ya planteados, de contexto de normalidad-anécdota. El historiador elige libremente –sin ninguna constricción por parte de los hechos reales– un objeto de estudio. Nuestro reconocimiento de la especificidad de ese acontecimiento deriva de que este se recorta sobre un trasfondo de normalidad y del conjunto de fenómenos triviales que lo circundan. Veyne, como mostraba su última cita, reconoce la importancia del contexto a la hora de establecer la especificidad de un acontecimiento pero afirma justamente que esto obliga a negar la validez de la causalidad en historia. El contexto es justamente aquello que no da cuenta de la concreción del objeto de estudio aunque todo objeto de estudio concreto lo presuponga. Frente a esta tesis, en las páginas que siguen intentaré demostrar dos afirmaciones básicas:

a) En ocasiones (aunque ni mucho menos siempre) el contexto es fundamental para dar cuenta de la especificidad de una trama. Esto ocurre justamente cuando determinada elección del objeto de estudio –ya sea por razones intelectuales o ideológicas– deja muchos aspectos oscuros que otra trama distinta permite explicar mejor.

b) De ninguna ley se deduce la especificidad de un acontecimiento (a no ser que consideremos que los teoremas son acontecimientos). La explicación de un fenómeno concreto siempre requiere argumentos concretos –derivados o no de leyes generales– que expliquen la diferencia que establece respecto a cierto trasfondo de normalidad. De la diferencia entre conocimientos teóricos y cotidianos no se sigue una distinción entre causalidad teórica o legaliforme y causalidad sublunar o cotidiana.

La tesis a) se basa en el reconocimiento de la distinción fundamental entre hechos y causas

y, por tanto, en la posibilidad de asimilar causa a explicación. Puede que en historia explicar algo sea sólo narrarlo de otro modo pero si la diferencia entre una y otra narración es epistémicamente relevante, es aceptable caracterizar esa distancia relativa en términos causales. Kuhn, citando a Piaget, ha resaltado este aspecto con gran agudeza. Se trata de un lugar común epistemológico particularmente evidente pero, tal vez justamente por eso, a menudo se olvida y da pie a numerosos malentendidos:

Creo que es cierto que este tipo de explicaciones causales no son frecuentes en las investigaciones históricas tomadas de una en una. En cambio, son muy habituales si consideramos una tradición de investigación más amplia sobre un mismo asunto. Aunque cada monografía o artículo se ocupe sólo de la narración de un conjunto de fenómenos relacionados, las variaciones de enfoque que dan pie a las distintos puntos de vista sobre esos fenómenos presuponen un tipo de pregunta eminentemente causal. Es decir, muchas de las veces en las que un historiador propone una interpretación distinta de ciertos hechos antes estudiados pone en juego un tipo de explicación claramente causal. Por supuesto, no es que la estructura causal de algunos argumentos históricos se derive de su índole polémica sino que es en la polémica donde mejor se observa ese aspecto causal.

Por otro lado, Veyne decía, como veíamos antes, que las regularidades o esquemas que forman el contexto es justamente lo que no se estudia en historia. Pues bien, cabe hablar de “causa” en historia cuando, pese a todo, nos vemos obligados a hablar de dichos esquemas, a replantearnos su nivel de generalidad y su naturaleza para esclarecer el objeto de estudio que en realidad nos habíamos propuesto estudiar. La causalidad es una función de la ignorancia, como tantas veces se ha señalado. Es literalmente una pregunta (más bien perpleja) por el “¿por qué?”

Sin embargo, es difícil dar razones de peso a favor de estas explicaciones a excepción de su mayor poder explicativo. E incluso eso no obsta para que se pueda plantear objeciones importantes a estos enfoques, casi siempre derivadas de su excesiva extensión. Por eso también es “legítimo” quedarse en un sistema de normalidad anterior y negarse a ver causas por encima de él que permitan una nueva narración de los acontecimientos. Este es el cas de Paul Krugman que, pese a reconocer que en el momento de la crisis asiática se hizo un análisis radicalmente erróneo de su naturaleza, ni siquiera toma en cuenta la posibilidad de recurrir a un instrumental teórico distinto135. Así, resulta significativo la cantidad de veces que escribe el adverbio “milagrosamente” respecto a procesos anormales desde el punto de vista de la economía convencional, o la cantidad de acontecimientos que en su opinión “aún no hemos comprendido muy bien”. La cuestión es que esos procesos y esos acontecimientos son sin lugar a dudas los más significativos de la historia del capitalismo y aquellos que la historia económica marxista mejor ha conseguido explicar. Tal vez sea un tanto injusto pero da la impresión de que la negativa de Krugman a considerar contextos más amplios que el de la propia crisis tiene mucho de ideológico, pues deriva de una aceptación de las formas económicas capitalistas como únicas posibles, dotadas de una naturalidad que aborta cualquier explicación que no respete la estabilidad de ese marco de normalidad.

En cierto sentido no deja de ser verdad que en historia sólo hay causalidad cuando opera un agente natural externo (por ejemplo un terremoto) pero lo que nuestro ejemplo anterior sugería es que, hasta donde nosotros sabemos, ciertos fenómenos interrelacionados (esto es, ciertas tramas libremente escogidas por el historiador) actúan como terremotos o como ecosistemas respecto a otras. El problema, evidentemente, es que de hecho no son fenómenos externos y por tanto todo se debe a una inconsistencia gnoseológica irreductible ya que no existe la supernarración total. En el contexto de los conocimientos cotidianos llamamos causa (o libertad, según se mire) a esa inconsistencia, a ese desnivel entre dos sistemas fenoménicos que expresa la pregunta por el “por qué”. De todos modos es cierto que en historiografía explicar por qué ocurrió algo no es de ningún modo explicar qué ocurrió, como en apariencia ocurre cuando hay leyes generales. La segunda de las tesis que, como anunciábamos al principio de esta sección, pretendemos establecer aquí afirma que la situación de la historiografía es general. Un ejemplo historiográfico típico es el análisis marxista de las causas de la segunda guerra mundial. En esta interpretación se suele recurrir –de nuevo, resumo de un modo caricaturesco y con toda probabilidad ficticio– a un nivel narrativo distinto del ámbito diplomático-militar vinculado al sistema económico-político. Una posible respuesta de los historiadores no marxistas es que cuando se dice que las causas de la segunda guerra mundial fueron ciertos ciclos económicos, en realidad, la trama estudiada es la de dichos ciclos en los que la guerra es uno de los hechos relevantes a narrar. Así, para los marxistas la guerra sería una especie de solución keynesiana bastante grosera aunque eficaz a la crisis económica de los años treinta.

Evidentemente esto no deja de ser cierto pero no lo es menos que, en algún sentido, sabemos algo más al modo marxista que cuando decimos que la causa de la guerra fue la invasión de Polonia. También se puede responder a esto diciendo que, en realidad, la invasión de Polonia no es la causa de la guerra sino su principio y que, en general, en historia no tiene sentido hablar de causas. De nuevo los marxistas podrían afirmar que, en ese caso, el principio de la guerra fueron ciertas crisis económico-políticas de largo alcance y que justamente llamamos causa a la diferencia gnoseológica entre la reconstrucción general de esta crisis y la guerra que se inicia con la invasión de Polonia. Creo que es obvio que ese plus epistémico no es suficiente como para que deje de interesarnos una historia detallada del sistema de trincheras alemanas en Normandía que, obviamente, no se deduce de la crisis del patrón oro, pero sí introduce la conciencia de que existe la posibilidad de estudiar otra trama cercana en la que el contexto de paz que presupone el estudio de una guerra queda difuminado de modo que la causa anterior (la invasión de Polonia) pasa a formar parte de una nueva narración.

¿En qué sentido se puede decir que esta noción contextual de causa no es peculiar de la historiografía sino que afecta a muchas otras formas de explicación? La cosa tiene su enjundia pues Veyne acepta que en historia opera una causalidad “sublunar”; la cuestión es que el valor de ese tipo de causalidad parece, en su interpretación, despreciable. Y, en efecto, la validez de un concepto de causa operativo en historia tiene que ver con su homogeneidad respecto de una noción más general. Para hacerme cargo de este asunto recurriré al análisis que hace Mcintyre del concepto de causa desde un punto de vista opuesto al que pone en juego Hume. Tradicionalmente quienes han defendido la causalidad histórica lo hacían para afirmar, al menos implícitamente, la existencia de leyes en el tipo de conocimientos que sacan a la luz los historiadores. En cambio, lo que aquí intento plantear es la posibilidad de discernir entre distintas explicaciones históricas no en virtud de su mayor adecuación inmediata a un objeto real siempre indefinido sino por su mayor capacidad epistémico mediata o relativa (más adelante, trataré de aclarar cuál es el lugar de la adecuación en historia).

Por supuesto este pluralismo equivale de hecho a una negación de la eficacia del concepto de causa en historiografía, tal y como Veyne expresaba con mucha más coherencia. Desde luego, sería absurdo negar la existencia de muy diversos factores en la constitución específica de un acontecimiento en concreto pero, como apuntábamos antes, lo que se discute aquí y lo que permite hablar de explicación y de causa es la posibilidad de establecer alguno o algunos de esos factores como principales. En cambio, explica Mcintyre, el hecho de que en historia no haya leyes generales lleva a muchos a creer que no hay la menor jerarquía entre causas y “la innovación de algún nuevo tipo de causa rara vez se hace en detrimento del surtido de causas existentes. En las versiones pluralistas los hábitos de aseo de Lutero comparecen fácilmente al lado del capitalismo como una causa de la Reforma”.

De este modo, al desvincular el conocimiento de causas particulares del conocimiento de generalizaciones, damos un gran paso para aceptar los distintos grados de exactitud con que podemos conocer distintos conjuntos de fenómenos sin caer en el escepticismo típico tanto de los pluralistas causales como de quienes afirman la ineficacia de la noción de causa en historia. En efecto, en historia surgen muchas conexiones causales concretas pero no generalizaciones legaliformes, eso quiere decir que en historia no hay inducción matemática (o sea, deducción) pero no que no sirva el concepto de causa pues, por mucho que las teorías sean deductivas, las explicaciones causales nunca lo son (o al menos nunca lo son totalmente). Si bien hay una diferencia esencial entre el conocimiento que tenemos de la historia y el conocimiento que tenemos de la naturaleza, la diferencia en cuanto al tipo de explicación causal que entra en juego en cada conocimiento sólo lo es de grado ya que las explicaciones tienen que ver con fenómenos concretos. Dicho de otro modo: en historia, la probabilidad con la que se puede afirmar un causa es mucho menor que en física justamente por las características narrativas del conocimiento histórico y no por las peculiaridades de una presunta causalidad histórica.

En realidad, la exigencia por parte de los humeanos de generalizaciones para reconocer la existencia de causas es una forma de negar que haya en absoluto causas como, por otra parte, Russell afirmó a las claras. Del mismo modo, una de las bases del modelo de Popper, si no su característica principal, es que ningún procedimiento inductivo basta para establecer una generalización válida. El escepticismo, por tanto, se traslada a la verificación de la generalización en vez de afirmarse directamente de la incongruencia de la noción de causa como en Hume pero, en esencia, se basa en un deductivismo muy similar. Para Mcintyre, por el contrario, identificar una causa no es por regla general identificar una condición necesaria y suficiente, ya que el hecho de que una causa produzca un efecto determinado nada dice sobre cómo puede producirse en general este efecto.