miércoles, agosto 16, 2006

Pobre 68, que nos amó tanto; por cesar Hildebrandt

“Sesentayochero” dicen los cruzados de hoy cuando quieren insultar a algún bicho raro que cree que el mundo debe y puede cambiar.

No importa que ese bicho sea un auténtico liberal o un socialdemócrata. Los niños conservadores de hoy, los niñatos de las empresas familiares, los hijos de la bolsa (o la vida) están convencidos de que el único mundo posible es el que complace a los Chenney y a los Bush, al estado mayor de Israel y al accionista principal de Pepsico, al idiota de Blair y al forajido de Aznar.

Se abalanzan sobre el 68 los dóberman del pensamiento débil, los hijos putativos de Popper, los caniches del fin de la historia, los nietos del mariscal Petain y de Maurras, los lectores de las bagatelas de Celine.

Se abalanzan sobre el 68 que es apenas una leve sombra, que está lejos, que es casi un recuerdo inofensivo. Pero no para ellos. Para ellos el 68 es la pesadilla de una ira atenta, un hastío con piedras en la mano, un modo de morir gritando que ya basta, que ustedes, los que cortan el jamón desde siempre, nos tienen hasta la coronilla con sus mentiras, sus modos de imbecilizar en mancha, su cielo de cartón y Berlusconi, sus Halliburton y sus Enron, sus mañas para hacer que Prodi sea lo mismo que nada y Lula casi lo mismo que nada y la masacre de Irak menos que nada en el mar de sangre donde nos ahogamos y el tormento de Líbano una respuesta en vez de una limpieza étnica, que eso es lo que hace cada día, desde el cielo, la metralla del Estado fascista de Israel.

Se abalanzan sobre el 68 con todos los titulares de los que son capaces. Quieren matar a un muerto, por si acaso.

No vaya a ser que los jóvenes deserten del mundo cretino y empiecen a pensar en otras cosas que no sea tirar, ver una peli de Hollywood, desechar la compasión por maricona, la decencia por ser pérdida de tiempo, la preocupación por los demás por ser un gesto de debilidad.

No vaya a ser que los chicos se sumen a los pocos desasosegados que se hacen apalear en Davos.

Embisten al 68 como si se tratara de un demonio siendo que el 68 es una foto amarilla, una película llena de raspaduras, un póster de desván. Pero los dóberman y los caniches ladran a su sola mención.

Hay varias razones para ello: el 68 les recuerda el miedo, el 68 les recuerda aquello en que se han convertido, el 68 les recuerda a los más jóvenes y enterados lo que podrían haber sido en vez de estos fantasmas con una X en la frente y un cementerio a la altura del músculo cardiaco.

A los del 68 nos disgustaba el mundo pero no la gente. Los del 68 amábamos como animales, gritábamos como descubridores, vivíamos al filo de la navaja, nos contradecíamos groseramente, leíamos hasta que los ojos nos sudaban.

Pero no había duda: estábamos vivos y éramos frecuentemente generosos y algunas veces veraces y, sin ninguna duda, estábamos vivos. ¡Estábamos vivos!
No idealizo el 68. No era el camino enfrentarse a De Gaulle (a lo que De Gaulle representaba) con barricadas.

El camino era –ahora lo vemos claro– impedir el imperialismo de la vulgaridad que hoy padecemos, parar el cáncer de Hollywood, la metástasis de Los Ángeles hinchando los ganglios del mundo, impedir que las clases medias se hartaran de los charlatanes y empezaran su ruta hacia una cultura de la consolación, pelear en todos los foros en contra de la pasteurización de los medios de comunicación, luchar a brazo partido por la sobrevivencia de las editoriales pequeñas dedicadas a preservar el humanismo, etcétera.

La lucha debió ser práctica y no abstracta, es cierto. Y es cierto que algunos de los líderes del 68 fueron unos farsantes. Pero eso no quita que el 68 fue un ensayo colectivo de insurrección moral en contra de este mundo que persigue muchas veces a los mejores y deifica los pies de Ronaldinho.

El destino de Roma fue el de no percatarse de su ruina, tan abrumadora había sido su grandeza. El destino del hombre moderno es no darse cuenta del fuego que ya lo rodea, tan elefantiásica es su soberbia y tantos éxitos tecnológicos ha conseguido con la misma psiquis primitiva con la que cazaba jabalíes hace treinta mil años.

martes, agosto 15, 2006

El culto a la muerte; por Cesar Hildebrandt

Lourdes Alcorta es la voz que le hace dúo al doctor García, presidente del Perú. Lourdes Alcorta tiene la voz ronca de los boxeadores exitosos y ñatos, la voz de un Gene Autry gritándole a una recua en alguna pradera de Misuri.

Lo único que le falta a Lourdes para terminar de ser el aviso de Marlboro es un pitillo mordisqueado entre los labios.

Pero, en fin. A lo que íbamos es que Lourdes ha entonado, precedida por el doctor García, la canción de la muerte para los violadores, que no es, en realidad, una canción sino un himno gregoriano a la venganza de Dios, a la ira de Dios que tiene la cara de Alcorta y el sentido de la oportunidad del doctor García.

¡Dios nos salve! Dice el doctor García que él quiere la pena de muerte porque la prometió en su campaña electoral. Pero si esto fuera así, ¿por qué no cumplió con la libre desafiliación de verdad de las AFP? ¿Por qué no tiene la menor pretensión de cumplir con su promesa de regresar a la Constitución de 1979?

¿Por qué no está examinando, párrafo por párrafo, el TLC, como lo prometió en su campaña? ¿Y por qué le pide limosna a los mineros archimillonarios en vez de aplicarles la ley que rige en Chile, su país favorito? Él prometió el cambio tranquilo y lo que nos ha dado es el cambiazo de la orientación señalada en su campaña electoral.

No, no se trata de cumplir promesas. Se trata de darle carne a los leones, liebres a las Alcortas, restos a la trinchera norte del coliseo mientras Julio César sigue maquinando otros eventos para la distracción de sus súbditos.

¿O alguien recuerda al doctor García convirtiéndose en el candidato de la pena de muerte para los violadores? Nadie podría recordar tal cosa porque tal cosa no es cierta. Él fue el candidato que reorientaría el modelo económico hacia horizontes menos excluyentes que hagan el Perú un país menos explosivo.

Y al llegar a la presidencia se ha convertido en el mandatario aliado del fujimorismo –la mutua condonación está en marcha- y de Unidad Nacional, el frente al que había que impedirle llegar al poder por su conservadurismo recalcitrante según el doctor García candidato.

Entonces, para que todas las televisiones y las radios nos distraigan, para que todos los periódicos nos enfrasquemos en este asunto de la guadaña justa y la parca en papel sello quinto, para que en las calles no se hable sino de paredones chorreando sangre de alimañas, para lograr todo eso el Hollywood de Alfonso Ugarte nos lanza esta superproducción con la banda musical más famosa de los últimos tiempos: “Patria o muerte, entretendremos” cantada por el dúo García-Alcorta y con el respaldo técnico de Alpamayo Producciones.

¡Como si la pena de muerte no existiera en el Perú! Venimos de herencias sacrificiales y bárbaras, escarmentadoras y hemorrágicas. La pena de muerte era regocijo público durante el imperial gobierno de los incas y fue espectáculo de taberneros y chulos peninsulares durante el dominio del terror español.

La pena de muerte la convirtió Guzmán en asunto de masas y jirones de carne por montones y la aplicó el MRTA dizque selectivamente contra generales desarmados.
Se aplicó a los periodistas de Uchuruccay, por ejemplo. Se aplicó a los sobrevivientes rendidos del Frontón. Se aplicó en Cayara y en Accomarca.

Se aplicó en La Cantuta con final de quemazón, en el Santa por la noche cada noche, en el Alto Huallaga sin testigos, en Huancavelica ahorrando municiones, con el periodista Ayala al estilo Cipriani, con el colega Bustos en el horno del cuartel Cabitos. Con los sobrevivientes rendidos y con las manos en la nuca de Lurigancho también se aplicó la pena de muerte.

La pena de muerte no disuade a ningún depravado. Más bien lo impulsa a matar para no ser delatado. La gente solicita la pena de muerte. Pues que el doctor García se ponga túnica y pase a gobernar como en la democracia griega del Ágora, por votación popular. La gente también desconfía mayoritariamente del TLC y, sin embargo, él lo va a aprobar.

¿A quién quiere engañar el doctor García? ¿A la periodista que el otro día maltrató en público haciéndola callar? ¿Le han dicho que debe ser como Bush, zafio cuando enfrenta preguntas difíciles?

¿Por qué nunca supimos quién daba las órdenes de aplicar la pena de muerte en el grupo de aniquilamiento aprista Rodrigo Franco? ¿No habrá sido Mantilla, el amigo del doctor García?

En ninguna parte del mundo la pena de muerte ha disminuido los crímenes mayores. Eso lo sabe el doctor García porque tiene ilustrado acceso a las estadísticas especializadas.

¿Por qué quiere el doctor García sacarnos del pacto de San José? ¿Quiere hacernos lo que no se atrevió a hacernos Fujimori? ¿Quiere que ningún peruano pueda acudir a una instancia internacional cuando vea violados sus derechos en el propio país? ¿O sigue pensando en los muertos que le debe a su conciencia y quiere cerrar el caso para todo propósito?

¿Lo visitan sus muertos, doctor García? ¿Vienen hacia usted con algunos agujeros, ladeándose y musgosos, atareados en sujetarse algún apéndice?
China es el país que más aplica la pena de muerte. Y China está acusada por organizaciones internacionales como el movimiento Falun Gong de tráfico de órganos provenientes de los cadáveres de los ejecutados.

China ejecuta a 27 personas cada día. Diez mil al año. Y la pena de muerte en ese país se aplica a algunos homicidios, al tráfico de drogas, al fraude fiscal y a la malversación de fondos. Como se sabe, la justicia en China está politizada hasta el tuétano y es de una crueldad que hace honor a ciertas leyendas.

En el boletín del año 2005 de Amnistía Internacional se cita el caso de la prisionera Ma Weihua, presunta traficante de heroína, que fue obligada a abortar para poder ser ejecutada ya que la legislación vigente prohibe matar a detenidas en estado de preñez.

Con China nos igualaríamos. Y con Estados Unidos, el país que en el año 2005 (ver informe de AI) siguió condenando a la pena capital a menores de edad y ejecutando a dementes, como fue el caso del esquizofrénico paranoide Kelsey Patterson, muerto por el estado de Texas el 18 de mayo; o el de Charles Singleton, ejecutado en Arkansas el 6 de enero del 2005 a pesar de sufrir agudas crisis de demencia agresiva. El país de Guantánamo, los vuelos secretos e intercontinentales de la CIA trasladando prisioneros, las torturas en cárceles clandestinas regadas en toda Europa.

El país que ha hecho del asesinato de los palestinos y del desprecio por el mundo islámico una política de Estado. Bastaría con que la estructura judicial que padecemos cumpliera su deber para que toda esta discusión fuese innecesaria.

Si las cadenas perpetuas se llevasen a cabo sin posibilidad de redención ni beneficios, si las cortes tuvieran el coraje de sentenciar en proporción y los sistemas de revisión de condenas fuesen implacables con los violadores-asesinos nadie estaría asistiendo a esta ópera china donde se intercambian insultos y obviedades.

Porque la cadena perpetua es una muerte social, la desaparición hasta su último suspiro, hasta su salida en ataúd de la prisión, del monstruo que nos hizo recordar de qué calaña puede ser el supuesto rey de la creación.